A veces la piel le decía cosas. No se daba cuenta, pero le tranquilizaban. Era algo imperceptible, como la carcoma o las palabras de la mujer araña. Estaban ahí y por eso desde hacía días había decidido sentarse. Lo hizo en una silla de jardín roja que rota permanecía en su tejado desde los tiempos en que nadie sospechaba que algún día la tasa de paro rozaría el treinta por ciento. A veces la piel le decía cosas y esta vez le había susurrado al oído que le rondabas. Sí, Amor, le confesó que llegarías pronto para llenar su mundo de colores derretidos por la pasión.
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