Cada
uno tiene la suya, quizá por eso nos cuesta tanto aceptar las singularidades de
las de los otros. Las familias no son ni buenas, ni malas, simplemente son y
con eso basta, es más que suficiente. Acostumbrados a la nuestra, hemos
aprendido a combatirla, sabemos como neutralizarla y hasta como aceptarla. La
experiencia en estas lides sí es un grado. Pero absorbidos por su idiosincrasia,
aunque no nos guste del todo, vemos como si fuera llegada de Marte cualquier
otra, la tuya. Se nos escapan al entendimiento tanto sus razonamientos como su
proceder. Y es que, al final, esa peregrina familia no es la mía sino la tuya.
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