Nunca nadie me enseñó a decir no. Bueno, no sé si eso se enseña en casa
o en el colegio, si había alguien encargado de la vital tarea y se despistó o
simplemente no quiso hacerla, no le apetecía, pero lo cierto es que heme aquí:
sin saber muy bien como decir no. Amaestrado para aceptar, para asentir sin
quejas ni reproches, en silencio. Haz y calla. Casi que no he hecho más que
claudicar, una y otra vez, perdiendo por el camino las ganas de luchar, de
vivir. Sin embargo, dicen por ahí, que más vale tarde que nunca. Supongo que en
esto, también. Y más, cuando he aprendido que sí, que hay otras vidas posibles;
no es fácil, se trata de una batalla a cara de perro, pero ahora ya estoy al
tanto de que tan importante como decir sí, es gritar NO.
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