Y rezó
toda la noche para que las cosas le salieran como deseaba. Encendió una velita,
se encomendó al cielo y rezó, lo hizo toda la noche. Solo necesitaba un golpe
de buena suerte. Despertó agotado con los primeros rayos de sol, no podía ni
con su alma. Abrió los ojos un poco deslumbrado por todo lo que se le
avecinaba. Se levantó poco a poco y el frío del suelo lo fue gobernando sin
darse cuenta. Llegó al baño y se dejó ir, después encendió las luces y comenzó
a ducharse. El agua tibia, de esa que ni te despierta ni te reconforta, solo
agua tibia. La toalla estaba para lavar y escurriendo fue hasta el armario del
fondo para no hallar nada, menos mal que estaba su pijama. No quiso pensar en
su suerte y dudó en si hacerse un jugo de naranja o si apostar por la infusión.
Algo de miel le vendría bien, decidió. Todavía era de noche fuera y el reloj
iba más rápido de lo que hubiera querido, se quedaba sin tiempo y se apresuró.
Pantalones, camiseta, jersey y esos calcetines de la buena suerte. Se preparó
un bocadillo rápido y salió a la desbandada. Era su primer día de trabajo y sabía
que todo iba a cambiar.
Buena (mala) suerte, de Tiziano Ferro.
Pd. Llega lo bueno.
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