A veces me pregunto por qué continúo luchando. ¿Por qué? Desde hace tiempo me ronda la cabeza esa idea. Maldito pensamiento. Me pregunto por la razón por la cual quiero seguir estando, aunque en ese sitio se empeñen en no quererme. Quizá sea orgullo. Mal entendido, pero orgullo. Me da rabia que se salgan con la suya. He dado tanto, he sacrificado tanto por estar, que por el camino casi se me ha olvidado vivir. Si contase todos los feos, todas las zancadillas, todas las putas desilusiones. Si lo contase todo, ardería Troya. Ese sitio es como un oasis del desierto. De lejos parece el lugar más maravilloso del mundo, pero a medida que te acercas se te va imponiendo. Ante tus ojos se yergue un gran edificio de más arena, de más desierto. Sin palmeras, ni agua. Da un poco de sombra, la suficiente para seguir vivo sabiendo que ese es tu infierno. Y es ese miedo a dejar de ser, a morir el que mantiene quieto, estático. Sin vislumbrar otro horizonte. ¿Y si no te quieren por qué continúas? ¿Por qué? Si a cada paso que dan, te hunden un poco más. No te quieren. Cada email es un nuevo disparo y cada comunicación una bofetada bien dada. Desde el cariño, desde su cariño, pero bofetada. Y me sé derrotado, lleno de falsas ilusiones. Incapaz. Y todo se me atraganta en el pecho y a veces me cuesta respirar. El futuro es como un impresionante abismo al que caeré. Me aterra, las piernas no dejan de temblarme. A veces caigo, lo hago tanto que me despierto justo antes de tocar suelo. Justo al lado, hay una pareja de mendigos. Duermen todas las noches allí, escondidos del ruido, de la ciudad. Han puesto un tablón para que el frío no se les cuele por la espalda. Lo han colocado como si fuera una hamaca. Y allí están todas sus cosas. Un par de mochilas y nadie les mira a la cara. Allí viven y yo no quiero. No quiero. Ojalá pudiera seguir, ojalá pudiera ver más allá. No debo estar donde sé que no me quieren. Lo sé. Hay dolores que son demasiado grandes para verbalizarlos…
Ya no te hago falta, de Sen Senra
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