El calor avivaba las papeleras de la calle a su paso. Las cucarachas
pululaban a su pesar intentando esconderse con la luz del día y corrían
alejándose cada vez que la veían aparecer. Andaba sin mirar a ningún sitio en
particular. No se fijaba en las caras, ni siquiera en los escaparates. Caminaba
y caminaba, sin detenerse. Siempre hacia adelante. A veces llevaba una
minifalda y otras un pantalón claro, pero lo que nunca le fallaba eran sus
zapatos de tacón. Eran su único vicio. Sus favoritos, unos que la hacían tocar
el cielo azul con los dedos. Su risa daba de comer a los perros vagabundos y
cuando se le notaba alguna tristeza es como si el mar, enfurecido, hubiera
dejado de vivir. Aunque estas ocasiones eran las menos. Siempre tenía dibujada
en la cara una sonrisa y eso le ayudaba a seguir viva. No tenía nombre y quizá
por eso todos los hombres la perseguían; la buscaban, intentando asir un trozo
de su piel, y más de uno se vio obligado a perderse en la complicada nebulosa
que llega justo cuando la razón abandona el buen hogar. Se contaban por decenas
los perdidos por su culpa. ‘Muchos son los llamados, pero muy pocos los
elegidos’, repetía incansable a todos sus pretendientes. Así se los quitaba de
encima porque a quién ella realmente deseaba ya no estaba, se había ido en un
barco velero…
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