Ruth estaba delante de aquel escaparate lleno de dulces increíbles. Sus
ojos bien abiertos no daban crédito y su boca hecha agua era incapaz de
cerrarse. Había manjares de crema, fresas, hojaldre, manzana, calabaza, pero
sobre todo de chocolate. La pequeña se pasaba en frente de ‘Dulces y caprichos’
todas las tardes desde que recordara, aunque sólo podía comprar los domingos
por la tarde, después del partido y siempre que el equipo de papá hubiera o
hubiese ganado. Un día llegó a casa con la cara llena de ese azúcar blanco que
espolvoreaban por arriba y los dedos de las manos pegajosos por culpa de
aquella maravillosa crema. Nunca olvidaría la bronca de mamá, pero aun así
aquella noche durmió plácida soñando con dulces de asombrosas formas y sabores.
Deseaba tanto entrar, que poco le importaba lo que sucediera a su alrededor,
que la casa necesitase un pintado urgente o que el grifo de la pileta gotease
sin descanso. Con la llegada del calor, la ceremonia se retrasaba y en lugar de
llegar al frontal de la dulcería a las cinco lo hacía a las seis y media, casi
siete. El sol daba demasiado en aquella zona de la capital. Las dependientas
apenas la veían, camuflada en la cotidianeidad de los días, pero ella estaba
allí observándolo todo. Sabía que don Luis prefería los tubos de crema y que
Soraya sólo besaba detrás del descampado a los chicos que le compraban conos de
chocolate. Los que menos éxitos tenían eran los de nata y frutas como el kiwi o
la naranja amarga. La manzana, por el contrario, se imponía entre las señoras
de mediana edad y las cerezas entre las niñas menores de doce. Con el paso de
los años, poca cosa cambió. Ruth seguía yendo a ‘Dulces y caprichos’ los
domingos por la tarde a comprar uno o dos pastelitos y aquellos instantes se le
hacían deliciosamente eternos. La crisis no afectó en demasía su bolsillo, que
nunca estuvo lleno y eso propició que el rito se prolongase en el tiempo. Quizá
nunca sería una chica lista, ni delgada. Quizá… Tampoco aspiraba a ello, Ruth
sólo quería sentir y allí, delante de aquel escaparate, era capaz de hacerlo
sin miedos, ni temores.
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