Miró su reloj y
recordó que no tenía nada bueno que hacer. Suspiró levemente y se dispuso el
sombrero, después echó a andar sin rumbo. De camino a un bar de carretera se
acordó de que la vida había sido muy dura con él. Las cosas le habían costado demasiado
y por el camino había perdido tantas que se preguntó si el viaje había merecido
la pena. Si hubiera perdido un dedo de la mano por cada vez que había tenido
que superar un revés o sobrevivir a las zancadillas del día a día habría
demasiado tiempo que no tendría manos, ni tampoco pies. Y ahora estaba solo,
pero no le importaba demasiado. Había gente que podía vivir así, sin deseos. La
camioneta hacía un ruido extraño, quizá estaría a punto de expirar. Volvió a
mirar su reloj y parecía que no le apetecía andar. Llegó al bar donde acaban
los que no tienen dónde ir y pidió una cerveza, aunque estuvo a un tris de
pedirse una zarzaparrilla. A veces no siempre las cosas son como debieran ser. El
camarero le pidió que por favor se quitara el sombrero y él le respondió
mirándole a los ojos diáfano, desnudo y hasta desvalido.
'One man guy', de Loudon Wainwright III
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