Hablan, hablan y hablan, pero no dicen nada. Absolutamente nada. Nunca
se cansan y parece mentira que continúen, a día de hoy, hablando como descosidos. Sus peroratas suenan
extrañas en mitad de la sabana. No se dan cuenta de que de lo alto de los
edificios caen cascotes que pueden aplastar a los despistados transeúntes. Tampoco
de que de las alcantarillas salen cientos de cucarachas que buscan un refugio
ante tanta podredumbre. Sólo se fijan en los buenos coches y dejan sus folletos que prometen una vida mejor en los portales decentes, dejando atrás a los sin
voz, a los desahuciados. Y siguen hablando sin parar y contando cosas que a
nadie interesan: es el entretenimiento en estado puro. En el trópico poco
importa, sólo que el sol ha salido solo y busca doncella casadera. Ellos cuentan
cuentos que se convierten en grandes cuentas, ordeñan todas las máquinas tragaperras
y bailan las canciones que suenan a todas horas en la radio. Cantan como las
sirenas y duermen plácidamente. Y al despertar todo vuelve a repetirse, como en
el día de la marmota. Hablan y hablan aunque no haya nada nuevo bajo el sol...
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