La música
suena. Es alegre, de esta hecha para mover el esqueleto. Sí, ya lo sé:
expresión viejuna. Empecemos de nuevo. Suena la música, de esa alegre, hecha
para no poder dejar de bailar. De esa que te alegra el alma y las caderas. ¡Ay,
las caderas qué importante es saber moverlas al ritmo de la música! Bueno, que
me despisto. Habíamos quedado en que sonaba la música y era simpaticona. Un
poco canalla, pero solo un poco. Él está apoyado en la barra. Si hubiera pasado
hace unos años, estaría alejado, detrás de una nube, la del humo de los
cigarros… Pero la ley antitabaco acabó con todo eso. Ya casi que no queda
magia. Está apoyado en la barra del bar y no sabe qué pedir. Le apetecía un
cubalibre, pero tocaba un gintonic. Ya nadie bebe ron. Lleva un pantalón de
pinzas y un polo. Sí, solo le faltan los náuticos y el suéter rosa anudado al
cuello para cumplir con el estereotipo de niño bien. Bebe despacio. Aquel chico
de bermudas y pelo pincho lo tiene loco… Hay historias a las que no les hace
falta un final.
Ay ombe, vamo' a relajar el pony, de Aterciopelados y Jorge Celedón.
Pd. Canciones que se te quedan y luego, con el paso del tiempo, caes en la cuenta de su letra...
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