Pasaba la cincuentena y había vivido feliz, creyéndose todopoderoso. A
los veinte había dejado su hogar para ir a buscar nuevos mundos y los halló. Estudió
como el que más y trabajó duro para lograr algunos inalcanzables. Por el camino
se fue encontrando a gentes que le hicieron deshacerse de su pasado. Unos por
otros y se creía invencible. Pero todas las historias tienen un final y cuando
los que estimaba suyos optaron por dejar de contarle confidencias al oído y
alejarse se quedó solo. Irremediablemente solo. Ahí supo que hay cosas que es
mejor no abandonar porque al fin y al cabo son las únicas nuestras. Debió regresar
al inicio con las orejas gachas. Temía las reacciones de los que había dejado,
pero a pesar de sus pesares encontró alegría. Ahora pasaba la cincuentena y no
tenía nada, se sabía frágil, pero se sabía feliz.
domingo, 29 de diciembre de 2013
jueves, 5 de diciembre de 2013
La ciudad de los chicharros
El Lucas y la Marta salieron corriendo después de que todo se
estropease. Huían de la vida, de su vida, de la que en mala suerte les había
tocado. Desde chicos habían intentado vivir, pero la vida les había puesto demasiadas
zancadillas. Se conocieron en una parada del tranvía, cuando ya ninguno de los
dos esperaba nada. Ella vivía de prestado en el cuarto de una vieja viuda que
la ponía a pedir por el mercado los días de diario y él, incansable, rebuscaba entre
los contenedores de basura para sobrevivir cada noche. Ambos tenían ganas de
seguir vivos y por eso huían de la mediocre ciudad de los chicharros hacia un
mundo nuevo. No sabían nada acerca de lo que vendría después. Lo que les impulsaba
a seguir corriendo era saber que el sol siempre sale por el este, que siempre
hay un mañana. En su marcha escalaban montañas, respiraban aire puro y
escuchaban el trotar de los caballos libres. Nunca se detenían. El Lucas y la
Marta corrían juntos hacia la libertad.
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