domingo, 26 de mayo de 2013

El grumete de pelo alborotado

Recorrió cientos de kilómetros en una travesía que se llevó casi todo lo que quería. Sus zapatos estaban ya demasiado gastados y no sabía hasta dónde llegarían. Había partido hacía más de una década buscando encontrarse y, al mismo tiempo, huyendo de sí mismo. Había cosas en su mundo que le disgustaban sobremanera y por eso cada noche se encomendaba a los espíritus para que todo lo malo se marchase. Recaló en varios puertos Botafoc, Manchester, pero ninguno terminaba de satisfacerle. Debía encontrar la vida. Su ímpetu le llevaba a saltar de todos los precipicios que hallaba, unas veces con mayor acierto que otro. En su deambular por el mundo había olvidado su nombre. En un andén de metro también se dejó la piel. Se estaba dejando muchas cosas por el camino. Todo menos la ilusión en sus ojos. Sabía que algún día conseguiría alcanzar la luz de la tranquilidad y apartaría para siempre las malas aventuras. Quizá fue al oír una canción en el muelle de Los Cristianos o al desvestirse una noche de febrero, no estaba seguro de cómo aquel grumete de pelo alborotado había llegado a su vida. No hacía demasiado tiempo, tal vez un par de meses o un año. Todo estaba en una nebulosa. Antes de dormir, cada noche, se quedaba horas y horas observándolo, y no se había dado cuenta de que aquel era su destino. Había andado cientos de kilómetros, estaba muy lejos de su hogar, en una travesía que se había llevado casi todo lo que quería y no podía quedarse sin él también. Ni podía, ni quería. Lo supo de pronto, la alegría le llegó como un golpe de mar. En mitad de una noche tranquila oyó ruidos en la cubierta de aquel maltrecho velero en el que viajaba. Se levantó sin hacer ruido y desde detrás de una puerta observó durante un largo rato como aquel grumete le estaba limpiando sus gastados zapatos con suma delicadeza. Ahí lo supo. En estos últimos tiempos el viento había dejado de soplar en contra gracias a él, a aquel joven desvencijado que le hacía más llevadero el sendero. En ese instante eterno lo supo y su alma quedó tranquila y dejó de buscar.

'Contigo hasta el final', de El Sueño de Morfeo

viernes, 17 de mayo de 2013

El maestro

Desde muy pequeño me convertí en un maestro en el arte de escuchar, puesto que yo no podía contarle a nadie nada de lo que sentía.

La vida iba en serio. Jorge Javier Vázquez.

miércoles, 15 de mayo de 2013

#spanishrevolution

¿Cómo pasa el tiempo? Hace dos años y parece que hace mil años. Recuerdo aquella primera tarde de acampada. Había cinco o diez personas y hablaban un poco desorientados de acampar en aquella plaza que a la postre se convertiría en la plaza del 15M en Tenerife. No había portavoces, ni tampoco querían serlo. Aquel fue el comienzo y no fue fácil contar aquel inicio en una isla tan alejada de la Puerta del Sol. Con los días el número de indignados fue creciendo y las asambleas se fueron poco a poco llenando de testimonios e ideas que vestían el futuro de esperanza. Por allí no pasaban muchos periodistas para contar después lo que se vivía en la Plaza. También hubo momentos tensos, difíciles. Las noches previas a las elecciones bajo la amenaza del desalojo o los pequeños problemas cotidianos del día a día. Nadie dijo que fuese fácil alcanzar acuerdos al estilo asambleario en el que no se impone sino que se convence. Pero en esas dificultades estriba, descansa, la fuerza del movimiento: una nueva forma de hacer las cosas. ¡Cómo explicar que lo allí vivido era algo diferente, nuevo, y que no tenía nada que ver con el pasado! Si no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir. Ese era el objetivo: poder al menos soñar. Pero para alcanzarlo primero había que vivir una revolución personal, íntima. Echando la vista atrás me recuerdo con los pies desnudos, pantalón corto y la camiseta de guerra, raída por el sol. Sabía que me tocaba estar a este lado, en el bando de los que habían perdido. No había miedo. Han pasado dos años y todo aquello no ha muerto, sigue vivo...

martes, 7 de mayo de 2013

El tren de los vivos

Hache despertó en mitad de la noche y se quedó fijado en el reloj. Todo iba demasiado deprisa. Su corazón se desbocaba y parecía que la vida se le iba de las manos. Mientras todo andaba, él se sentía quieto, como si no pudiese subirse al maldito tren de los vivos. Miraba el techo y procuraba respirar pero el tic tac implacable no le dejaba descansar. Así podía pasarse días y días, agobiado por el vértigo y sólo tenía un refugio que le daba paz: las flores del verano.

sábado, 4 de mayo de 2013

Peinarse por las mañanas

Hache sentía que habían tensado tanto la cuerda que se había roto por la parte más frágil, él. No podía respirar bien y creía que era buen momento para huir lejos de todos, a un lugar donde nadie le importunase. Buscaba una tierra donde no le hiciesen daño, pero no sabía cómo ni tampoco si existiría. Tenía tantas dudas en la cabeza y tan roto el corazón que apenas podía comer o peinarse por las mañanas. Se había quedado sin ganas. Ya no le apetecía vivir en aquel cuento. Recordaba cómo empezó todo, un día de primavera, pero todo pasa. ¿Qué pasaría ahora? Quién sabe, se decía y entre tanta nube sólo quería que los minutos discurriesen con calma porque la tranquilidad regresaría más pronto que tarde y sus heridas sanarían.

jueves, 2 de mayo de 2013

Miserias y lujos

Es lo que tiene el verdadero amor que, una vez te ha elegido, te deja tocado y hundido para siempre. Y no es que no sepas ver los defectos o carencias del ser amado. Es simple y llanamente que aquel estado de enajenación tiene la virtud de elevarte por encima de las bajezas humanas y hacerte trascender. Aprendes a comprender y a aceptar a ese pedazo de carne y espíritu, con sus miserias y sus lujos. Casi como el amor que sientes por un hijo: en el fondo de tu alma conoces a la perfección de lo que carece, pero siempre encuentras la disculpa perfecta para redimirlo.


Memorias de un sinvergüenza de siete suelas. Ángela Becerra.