sábado, 28 de enero de 2012

El curso natural de la vida

Esta mañana hemos comenzado la mudanza. Nuestra nueva casa es un pequeño apartamento en el centro, inmensamente diáfano. Mientras Luc sube sus últimas cajas, yo coloco en la estantería del salón mis libros. Lo hago despacio, con cuidado y procuro recordar cada sensación al dejarlos instalados limpios de polvo y mirando al sol. Son demasiados recuerdos, tantas palabras imposibles de tener siempre presentes y las que quedan por llegar… Oigo como llegas con tus cosas y también tu bici, que no sé muy bien dónde pondremos, y estoy en paz porque esto se levanta, anda y respira. Te vas al cuarto y me dices no sé qué de tu ropa, pero no te escucho bien, sigo absorto en las páginas de los números primos de Giordano, paseo con Austen y bailo un instante la victoria de Skármeta. Después me quedo con Murakami y te da por abrazarme. “Tengo hambre”, me dices y me dejo llevar, porque las cosas que tienen que pasar al final suceden… Me da por leerte unas frases de Tokio blues: Si no quieres acabar en un manicomio, abre tu corazón y abandónate al curso natural de la vida. “¿Vamos a un italiano?”, me urges y satisfecho claudico. “Lleva tú las llaves”, te digo y antes de cerrar la puerta para ir a almorzar miro aquel salón a medio decorar, nuestro salón, y sé que hay comienzos que sólo nos llevan universos mejores.

jueves, 26 de enero de 2012

Si no se toca

Tocar. Tom nunca supo tocar. Sus dedos siempre estaban escondidos tras las mangas y los brazos en cruz como coraza protegiendo su pecho de los supuestos embates de la vida, que nunca llegaron. Huía de las cosquillas y temía los abrazos perdidos. No sabía que si no se toca, si no se descubre, la piel, la vida se te va marchitando. No es que no quisiese, es que nunca había aprendido. No recordaba ver de pequeño a nadie acariciando a otra persona, ni tampoco besarse... Había vivido en un páramo, pero ahora todo ha cambiado, ha llegado Luc


Pdt. La imagen es de la serie 'Puishing Daisies' y la canción una recomendación de Mxl (http://clima-de-reykjavik.blogspot.com/)

lunes, 23 de enero de 2012

Que agita mi barba

Y de pronto apareces, como por arte de magia, de la nada. Me miras y las cosas que dan vueltas se detienen. También las que pululan y las que bailan las canciones tontas que pinchan en ese bar de la esquina al que nunca entro porque está lleno de chicas que sólo quieren a otras chicas. Me persigues, después yo a ti y en un rincón me besas. Entre tus manos mi cuerpo tiembla como una mariposa en el estómago. Su aleteo me despierta. Tu boca recorre mi mejilla derecha sobrevolándola a unos milímetros, sin rozarla, suave… Cuentas hacia atrás: Nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno… Y en la espera se me desvanecen los miedos. Me da pudor que me hagas cosquillas y evito tus ojos oscuros que me sonrojan las orejas. No atino a pensar en nada. No hay guerras, ni bancos en quiebra. Tampoco niños que lloran o bombillas que se apagan. No sucede nada, sólo están tus palabras que me cuentan cosas al oído y tu respiración que agita mi barba. Y vuelves a la carga y deseo que tus dedos se fundan con mi cintura, que el sol no salga aún y que tus dientes nunca dejen de mimarme. Ahora toca la paciencia, el recuerdo y la ciencia cierta de que estás ahí, esperándome…


Pdt. NTVG a veces cantan: Tu boca me puede decir, tu boca me puede besar, como quiero que me digan que me besen. Sólo tu boca me puede decir, sólo tu boca me puede besar, como quiero que me beses...

sábado, 21 de enero de 2012

Dando pedales

Terminó de comer a las tres y satisfecho salió a la calle. Sabía que esta tarde podía ser. Todos los días paseaba por los mismos lugares y con esta certeza echó a andar. Su bici era violeta y tenía un timbre en el manillar que nunca utilizaba. Daba pedales al tiempo que miraba todas las caras que se encontraba, buscando algo perdido. En un receso puso el pie en el suelo y esperando a que un coche gris metalizado conducido por un ejecutivo de mediana edad y con una incipiente calva se metiese en un garaje se lo encontró de frente. Ahí estaba con su barba de tres días, delante suyo. El corazón se le aceleró justo cuando sus ojos se cruzaron. “Hay instantes por los que merece seguir vivo”, susurró entre dientes y continuó su camino…

jueves, 19 de enero de 2012

Dar la vuelta al mundo

Nunca le gustaron los regalos. Aquel sábado por la mañana encontró bajo su cama una pequeña caja roja perfectamente empaquetada. Tenía un pequeño lazo azul en una esquina. Sam miró sus zapatillas que le acechaban revueltas a unos centímetros de una de las patas. La luz de la mesilla de noche no terminaba de encender bien. Optó por sentarse y durante unos minutos mirar aquel obsequio. Tocaba con su índice los bordes, intentando que el tacto le dictase lo que hacer. Le dio la vuelta y vio una pequeña nota. Para Sam de Lucas, decía. Un calor extraño le subió desde el estómago y se le quedó atrapado en el cerebro. Las mejillas le ardían y las orejas se le volvieron rojas. No pudo evitar el enfado. ¿Para qué ahora? Abrió la cajita y se encontró con una pequeña bola del mundo. Recordó que hacía mucho tiempo habían hablado de dar la vuelta al mundo juntos, pero esos días quedaban lejos. ¿De qué le servía aquello? No se había dado cuenta de que a Sam las cosas materiales le habían dejado de importar. No entendía ese empeño en darle cosas, si después se olvidaba de darle las buenas noches… Nunca le gustaron los regalos.


Pdt. "Puedo tatuarme un dragón en la espalda, pero el día del cumpleaños de quien sea seguiré pensando que de todo lo que nunca he tenido ella es lo que más echo de menos" ('Héroes'. Ray Loriga).

domingo, 15 de enero de 2012

Sin focos

Después de las viandas, las risas, los dedos, las canciones y los labios de almíbar la luz se apagó y no quedó nada. El vacío. Con la muerte de los focos la alegría intangible huyó lejos y caímos en la cuenta de lo efímero de todo lo vivido…


Pdt. Dice la canción: Se me agota ya la paciencia por ti esperando...

sábado, 14 de enero de 2012

Hasta que se ponga el sol

Despiertas sin decir nada. Todo está lleno de polvo. La mesa, las sillas, el pequeño televisor… Abres primero el ojo izquierdo y luego el otro. Te estiras como puedes, pero en el fondo lo único que deseas en el mundo es seguir teniendo sueño para poder remolonear un rato más y quedarte hasta que se ponga el sol bajo el edredón violeta. Lejos queda el sol de agosto y la playa tibia y serena que te protege de todos los males. Poco queda ya de todo aquello, de las risas, del viento y de las carreteras que te llevan a sitios mejores. Añoras esa mochila que nunca llenaste para ir a recorrer el mundo sin planes ni tiempos de espera. Deberías levantarte, piensas, aunque sólo sea para tomar algo de leche y hacer como que todo es normal, que el mundo sigue girando y que la luna por fin descansa tras el ajetreo de la noche...

martes, 10 de enero de 2012

Sin combustible

Se pasará. Tim llevaba demasiado tiempo creyendo que llegaría un día en el que todo lo triste estaría olvidado. Quizá una mañana esperando el tranvía bajo los rayos del sol de marzo se tropezase con unos pantalones divertidos y todo fuese distinto. Tal vez, pero este miércoles no tenía fuerzas para más. Es como si se le hubiera agotado el combustible. No arrancaba. Apenas podía arrastrarse unos metros. Estaba cansado de hablar, le molestaba tener que atender el teléfono y el verano de enero ya no le hacía ilusión. No le apetecía comer fresas silvestres, ni lentejas con calabaza. Tumbarse era lo único que podía hacer sin que todo se le viniese encima. Las paredes le parecían tristes y la claridad demasiado escasa. Buscaba un sofá y una mantita con flores dibujadas para echarse esperando a que escampe. Tenía que parar, lo sabía y ahora sólo le restaba hacerlo.

'En el jardín', de Alejandro Fernández y Gloria Estefan

domingo, 8 de enero de 2012

Todas las mañanas

Intento huir. De ti. Estar lejos. Quizá en el cielo azul o por qué no en una playa de un extraño país, muy lejos de aquí. No me apetece escuchar tu sonrisa, ni tener que decirte buenos días cuando coincidimos en la panadería por las mañanas. Ya no. Algunos días creo que esto acabará, que podré al fin echarme a dormir sin pensar, sin temer en lo que pasará mañana. Otros, los más, sólo retumba en mis oídos tu no, aquel que logró que las nubes de lluvia nunca se disiparan y me destrozaran las ganas de continuar. Me acuerdo cuando encima de ti me pediste que cesase de quererte. Tú dormiste y yo en vela no pude dejar de llorar. A la mañana siguiente tu mirada esquiva y yo haciendo de tripas corazón. El sol calentaba los geranios de los balcones, pero no era suficiente. Mis heridas no terminan de sanar. Por eso quiero marcharme lejos. De verdad. Sin más dilaciones. Perderme y comenzar de nuevo. Sí, todas las mañanas, todas intento huir…

viernes, 6 de enero de 2012

Unos segundos de guitarra

Suena una canción en el viejo transistor. Es suave, lenta y triste. Sobre todo triste… Cuenta la historia de alguien a quien ya no quieren, que pide perdón. Tiene un estribillo amable, sencillo, que hace que las rodillas se pongan a temblar y las manos quieran comenzar a bailar con el aire que te rodea, con el que respiras y te suplico me prestes todos los domingos por la mañana bien temprano para poder seguir estando vivo. Después unos segundos de guitarra y vuelta a la pena, a la tristeza que no acaba. Pero el tiempo finaliza y ponen publicidad. De esa que hace que pienses que todo es bonito, alegre y que por fin estamos todos felices. Me distraigo un instante tratando de memorizar las estrofas, los versos más bellos… Se me encoje el alma y se me achica el corazón. Te echo de menos, extraño tu calor. Ya nadie me abriga de madrugada y cada amanecer despierto aterido, suplicando un trago caliente que me devuelva las ganas de abrir los ojos. Eso me pasa desde que no estás. Ahora tengo un saco lleno de preguntas sin respuesta, solo eso. Apago la radio, pero ya da igual porque la canción suave, lenta y triste sigue sonando en mi cabeza y hace derramar todas mis lágrimas que van a parar sin remedio al cubo sin palabras.


Pdt. Gracias.

miércoles, 4 de enero de 2012

Tal vez pasábamos por ahí...

Sobre el agua. Caminas sobre el agua, después de tu travesía por el desierto. Dices, hablas, sientas cátedra y alzas al vuelo todos tus saberes, acumulados en todo este tiempo. Todo ahora que estás recuperado. Miras a tu alrededor y concluyes, quizá, que tu pasado no haya sido bueno o que no haya merecido la pena. Tal vez en ese saco también metas a los que pasaban o pasábamos por ahí… Entre tanto me toca mirar hacia atrás y deseo hacerlo con benevolencia, siendo generoso. Busco el antónimo exacto a la palabra renegar. De eso se trata. Justo de lo contrario, aunque haya sido doloroso y con espinas. Pero también fue bueno porque gracias a él hemos llegado hasta aquí en un día como el de hoy, en el que la mar está un poco picada, el sol tímido no calienta demasiado y miro mi reloj con insistencia pensando que con mi actitud el tiempo puede transcurrir más rápido.

lunes, 2 de enero de 2012

Matt calla

Tim colgó el teléfono tras sonreír un buen rato con Matt. Todas las noches hablaban horas y horas, se contaban todo: las trivialidades del día, las preocupaciones, algún dolor y, cómo no, las buenas cosas del camino. Había madrugadas en las que no hacían falta palabras porque se sabían de memoria. Pero también había cosas que no se decían nunca, quizá las más importantes. Tim apagaba el móvil y dormía tranquilo, como si en la vida no hiciesen falta más cosas, como si aquella voz le saciara la sed y la necesidad de comer. Se abrazaba a la almohada y descansaba. Siempre lo hacía, salvo los días de tormenta, esos en los que caía en la cuenta de que los silencios tenían dedos, caricias y deseos. Matt callaba, pero los martes por la noche después de ir al gimnasio quedaba con Junior, que unos días era un rubio de uno ochenta y otros un moreno de ojos claros. A veces los otros dormían en su cama y quedaban para el sábado después del cine. A Tim, tan lejos de Matt, esa realidad se le escapaba de las manos. Podía recordar cada palabra, cada lunar y pausado esperaba una señal que le dictase por dónde caminar. Por eso todas las noches marcaba aquel número de nueve dígitos para que al otro lado Matt le desease buenas noches…

'La quiero a morir', de Francis Cabrel