jueves, 27 de febrero de 2014

Hablando como descosidos

Hablan, hablan y hablan, pero no dicen nada. Absolutamente nada. Nunca se cansan y parece mentira que continúen, a día de hoy, hablando como descosidos. Sus peroratas suenan extrañas en mitad de la sabana. No se dan cuenta de que de lo alto de los edificios caen cascotes que pueden aplastar a los despistados transeúntes. Tampoco de que de las alcantarillas salen cientos de cucarachas que buscan un refugio ante tanta podredumbre. Sólo se fijan en los buenos coches y dejan sus folletos que prometen una vida mejor en los portales decentes, dejando atrás a los sin voz, a los desahuciados. Y siguen hablando sin parar y contando cosas que a nadie interesan: es el entretenimiento en estado puro. En el trópico poco importa, sólo que el sol ha salido solo y busca doncella casadera. Ellos cuentan cuentos que se convierten en grandes cuentas, ordeñan todas las máquinas tragaperras y bailan las canciones que suenan a todas horas en la radio. Cantan como las sirenas y duermen plácidamente. Y al despertar todo vuelve a repetirse, como en el día de la marmota. Hablan y hablan aunque no haya nada nuevo bajo el sol...

lunes, 24 de febrero de 2014

Aquella ciudad inmensa

¿Y no se ha acabado el mundo?, pensó nada más despertarse aquella mañana tibia de invierno. Extrañado miró por la ventana y vio que alguien había vuelto a poner las calles hoy con sus coches, sus perros y también con sus papeleras repletas de basura. No cabía duda: el mundo no se había terminado... El día se había desperezado, ya eran las diez, y no le cabía otra que amanecer también. Bajó a la calle con lo primero que pilló (una camiseta azul y sus vaqueros rasgados) y alegre y vivo continuó por su sendero en busca de nuevos aires, de nuevas buenas. Ella estaba donde siempre y, como siempre, se lo dijeron todo mirándose a los ojos. Les sobraban las palabras. A él le volvían loco aquellos ojos turquesa, eran luz entre tanta inmensidad. Le gustaba encontrársela siempre allí, como si nada más importase. Y es que era así, nada más le importaba, sólo ella y sus ojos, y su alegría. Estaba vivo para contarlo y quería zamparse la ciudad, gritar a los cuatro vientos que aquello merecía la pena. Que valía la pena estar vivo. Siguió su camino y los escaparates se lo comían, también los semáforos y las motos aparcadas en las aceras. La gente se miraba, pero no se decía nada. Le encantaba aquella ciudad inmensa, llena de historias diferentes, donde parecía que todo era posible, incluso, que el mundo no se le acabase nunca.

sábado, 22 de febrero de 2014

Se dispuso el sombrero

Miró su reloj y recordó que no tenía nada bueno que hacer. Suspiró levemente y se dispuso el sombrero, después echó a andar sin rumbo. De camino a un bar de carretera se acordó de que la vida había sido muy dura con él. Las cosas le habían costado demasiado y por el camino había perdido tantas que se preguntó si el viaje había merecido la pena. Si hubiera perdido un dedo de la mano por cada vez que había tenido que superar un revés o sobrevivir a las zancadillas del día a día habría demasiado tiempo que no tendría manos, ni tampoco pies. Y ahora estaba solo, pero no le importaba demasiado. Había gente que podía vivir así, sin deseos. La camioneta hacía un ruido extraño, quizá estaría a punto de expirar. Volvió a mirar su reloj y parecía que no le apetecía andar. Llegó al bar donde acaban los que no tienen dónde ir y pidió una cerveza, aunque estuvo a un tris de pedirse una zarzaparrilla. A veces no siempre las cosas son como debieran ser. El camarero le pidió que por favor se quitara el sombrero y él le respondió mirándole a los ojos diáfano, desnudo y hasta desvalido.

'One man guy', de Loudon Wainwright III

jueves, 20 de febrero de 2014

Llamadas desde el hospital

Todos los días a las 8 de la mañana, al mediodía y a las cinco de la tarde ella llamaba por teléfono para saber cómo seguía él. La vida caprichosa había querido que a pesar de llevar más de 60 años juntos estos últimos embates los lidiaran por separado, cada uno desde una triste habitación en aquel gélido hospital. Ella tenía graves problemas respiratorios y él de próstata, pero el alma la tenían tranquila. Ella marcaba aquellos números deseando que al otro lado alguien confirmase que todo estuviera bien. Lo hacía todos los días, sin recordar que hacía apenas una semana tras una de sus crisis aprovecharon para, en mitad de los sedantes, colarle que él había fallecido. El viento azotaba con fuerza cuando lo enterraron, fue un sepelio triste. Pero de eso ella nada sabía, nada temía, nada...

'Cigarretes and chocolate milk' de Rufus Wainwright 

lunes, 17 de febrero de 2014

Sentado en un sofá de escay azul

Y al final era todo una maldita mentira. No decías la verdad cuando gritabas que lo único que te importaba era mi felicidad. Tampoco eras sincero cuando acusabas a los del edificio de enfrente de maquillar las cosas porque tú sí eras limpio y puro. Todos estaban contra ti, mi pobre niño rico. Me creí todos tus discursos acerca del amor, la soledad y la pobreza energética. Ibas a construirme un mundo mejor y no quedó nada de eso. Ibas de guay, de comprometido, pero lo único que querías era un amor efímero, pero sobre todo que los focos de la tele sólo te iluminasen a ti. Progre hasta la muerte, llorabas en mi regazo dolido por las injusticias del mundo. Y ahora todo se ha vuelto del revés. ¡Qué pronto te quitaste las mochilas de lo mundano! Al final te mudaste sin rubor para luchar junto a los del edificio de enfrente excusándote en que la calle está muy fría a estas alturas de febrero. De salvador de la patria, de la chica, de la mía, has pasado a buen comensal y, por qué no, a contar que el mundo está lleno de estrellas rutilantes cuando sólo quedan aquellas tristes luces de navidad que compraste para mí en el chino de la calle Salamanca. Así que al final todo era una maldita mentira y no sé qué es peor: que no hayas contado ninguna verdad o que yo me las quisiera creer porque pensaba que era posible que todo fuera diferente, mejor. Y me acuerdo de cuando luchabas por los pobres y en contra de los ricos simplemente porque afirmabas que siempre había que estar del lado de los débiles, de los que siempre pierden. Dar voz a los sin voz. ¿Y ahora? Ahora sigo con la cara llena de aquella escarcha dorada de promesas en un mundo bueno mientras tú sientas cátedra sentado en un sofá de escay azul desayunando tostadas con manteca colorada.

'Billie Jean', de The Civil Wars 

sábado, 15 de febrero de 2014

Y de repente granizó

Y de repente, mientras miraba el televisor, granizó. El estruendo contra el cristal de mi aletargada ventana me resucitó a la vida. Las calles corrían llenas de barro y lluvia, y los coches detenidos veían pasar la vida como si no fuese con ellos. La farmacia de la esquina, de mi esquina, bajó las persianas y el zumbido del viento me encogió de nuevo el corazón. No cabía duda, la temida tormenta anunciada mil veces por la mujer del tiempo en la tele ya estaba aquí. Nadie sabe cuánto duraría, pero, igual que los amantes, todos deseaban que fuese pasajera. Y también que debajo de las mantas todo estuviese a salvo y por qué no, que el canto de los canarios en los balcones terracota se volviese a escuchar pronto. Diecisiete minutos estuvo granizando, pero la debilidad del hielo caído del cielo hizo que a los segundos no quedase nada. Dicen que todo termina en el mar, que estos días se vuelve turbio y aleja a los peces de la costa. Dicen que todo muere en el mar, que ahora rompe furioso contra las escolleras. Todo descansa en el mar...

'Por qué a mí me cuesta tanto', de Fangoria y Asier Etxeandía 

Aviso: Faltan 13 entradas para alcanzar las 1.000

miércoles, 12 de febrero de 2014

La hora de comer

Nunca deseaba que llegase la hora de comer. Le aterraba ese maldito momento del día. Lo que daría porque desaparecieran los almuerzos para siempre, pero no podía... Sufría por lo que estaba por venir y le dolía no poder disfrutar de cada instante por culpa de la fuerza de sus temores. Soñaba con un día llegar hasta el sol y abrasarse de amor. Eso, el amor, era lo único que le daba ímpetu para continuar viva, aunque algunos mediodías no fuese suficiente para calmar su triste agonía. Buscaba clavos a los que aferrarse y alentaba a las agujas de su reloj rosa para que se anduviese rápido. Y todo porque un mal día su amor falleció con la mesa puesta. Las lágrimas se le hacían infinitas, tanto que si las hubiese juntado en un cubo podría dar de beber al sediento un par de semanas, quizá hasta llegar el próximo otoño. Ahora sólo tenía aquellas margaritas, llenas de luz y alegría, que con tanto cariño le había regalado él justo antes de partir.

domingo, 9 de febrero de 2014

Un segundo para ella



María Soledad se dedicaba desde pequeña a hacer feliz a los infelices, a los que no tenían calma ni sosiego. Siempre tuvo la certeza de que estaba en el mundo gracias a su alma contemplativa, que lograba apaciguar el desánimo de las almas con las que se encontraba y vivían sin esperanza. Ponía todo su empeño en contentar a los que la rodeaban y también a los que sin ánimo para continuar vivos le pedían una mano para bien morir. Para todos tenía palabras de aliento, lástima que el día que se le pasó por la cabeza volarse la cabeza de un tiro ninguno de sus salvados tuviese un segundo para ella...

viernes, 7 de febrero de 2014

Goodbye summer



Y de repente habías desaparecido, igual que lo hacen las olas del mar o el olor a lavanda en primavera. Sin apenas decir adiós. Dejaste de aparecer una tarde quién sabe muy bien por qué y ahora sólo me queda encomendar tu espíritu a la buena fortuna, tan escasa estos días. ¿Te habrás ido también de vacaciones? Seguro que allá donde existas, estarás mejor. Dejas pendiente tu viaje por Europa y todas aquellas frases a medias. Suenan tus músicas en el tocadiscos que he conservado en nuestra esquina preferida, aquella donde los sueños son niños que vuelan cada día más alto y, claro está, sin descanso...

miércoles, 5 de febrero de 2014

La lideresa

El mal tiempo pasó. Eme se levantó como si todos aquellos momentos malvados de las últimas semanas se hubieran evaporado para siempre, quiso ser libre. Salió al balcón y respiró aquel extraño aire a felicidad. Después comenzó a saludar a todos, levantando la mano tímida, como si fuera la lideresa de un país tropical. Se puso la minifalda roja y las bailarinas azul celeste y salió a la calle. Pasó por la frutería a por fresas y mandarinas de temporada, después voló al centro médico a recoger sus aspirinas de espantar los males traviesos y acabó tomando tostadas en una terraza de verano, no le importó que fuese cinco de febrero. Dejó a un lado sus gafas de sol carey y con sus ojos al descubierto miró todo cuanto sucedía delante de su fortín de camarones y cerveza. ¿Quién la hubiera creído hace una temporada si entonces hubiera asegurado que algún día alcanzaría a ser tan feliz? La hubieran tachado de loca, pero loca de remate, ahora veía saltar de flor en flor a las mariposas y bailar samba a los gatos negros de la calle. Pagó sus deudas y de camino a casa se encontró con Matilde, que le recitó un poema de caracoles, y también con Francis, que le lanzó un beso volado desde su camión de reparto. Sí, no cabe duda, el mal tiempo pasó...