miércoles, 12 de febrero de 2014

La hora de comer

Nunca deseaba que llegase la hora de comer. Le aterraba ese maldito momento del día. Lo que daría porque desaparecieran los almuerzos para siempre, pero no podía... Sufría por lo que estaba por venir y le dolía no poder disfrutar de cada instante por culpa de la fuerza de sus temores. Soñaba con un día llegar hasta el sol y abrasarse de amor. Eso, el amor, era lo único que le daba ímpetu para continuar viva, aunque algunos mediodías no fuese suficiente para calmar su triste agonía. Buscaba clavos a los que aferrarse y alentaba a las agujas de su reloj rosa para que se anduviese rápido. Y todo porque un mal día su amor falleció con la mesa puesta. Las lágrimas se le hacían infinitas, tanto que si las hubiese juntado en un cubo podría dar de beber al sediento un par de semanas, quizá hasta llegar el próximo otoño. Ahora sólo tenía aquellas margaritas, llenas de luz y alegría, que con tanto cariño le había regalado él justo antes de partir.

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