jueves, 28 de junio de 2007

Pájaros en el aire

Los Sabandeños cantan Como pájaros en el aire. La canción me gusta. Mucho. Es suave y delicada como una caricia soñada. Los fuegos artificiales me dan miedo. Hay demasiados y están muy cerca. Son de colores y cubren todo el cielo. Mis pies tiemblan con cada estallido y mi corazón se agita porque el fuego roza mis pestañas. El Teide ya es Patrimonio de la Humanidad. Me hubiese gustado poder contarlo en primera persona.
A veces mis deseos no se cumplen. Por eso sueño con pájaros en el aire. Soy uno de ellos, uno que vuela cada día un poco más lejos. Ya no hay nadie que pueda evitarlo. Soy aire. Limpio y puro, cargado de luz.
No sé qué será de mí. Los peores presagios parecen confirmarse, aunque aún no lo han hecho del todo. En realidad, las malas noticias no eran tan malas. Esa historia ya estaba quemada y ahora me queda el futuro. Uno que yo, en teoría, podía adaptar a mi gusto. Podía maquillar para que fuese mejor. Espero y deseo saber hacerlo.
Y volvió a sonar Cómo pájaros en el aire, pero esta vez dentro de mi. El exterior me afectaba demasiado. Era violento y olía a alcohol rancio. Lo sentía cerca de mi cuello y me alejé irremediablemente de él. Quise llorar. Después, al final, mi desazón se convirtió en algo bonito. Tal vez, mañana vuelva a tener noticias de mi caballero errante, ideé. Y con este pensamiento una sonrisa, que me ayudó a dormir, se dibujó en mi cara.

Otras miradas en:
http://www.iac.es/eno.php?op1=3&op2=7

martes, 26 de junio de 2007

La isla marmota

Localizada justo en mitad del Atlántico. Allí, en medio de la nada, se encontraba la isla marmota. Un lugar extraño del que salió un mes de octubre, aunque nunca sintió ser de allí. Ahora tantos años volvía para marcharse rápidamente. La locura -sinónimo de falta de planificación- era su sino.
Cada vez que se encontraba en la isla marmota se sentía perdido. Aunque parezca un contra sentido. El aire pesaba demasiado y la gente era muy distinta a él. Todos, sin excepción. Se sentía como si hubiese nacido de una col o algo por el estilo.
Por eso huía. Se marchaba en un pequeño avión, uno acariciado por un tenue sol naranja. En el aeropuerto de destino una voz amable y la isla marmota volvió a ser un bonito recuerdo.

viernes, 22 de junio de 2007

Rumbo al sur

El día comenzó tarde. Como a las once, aunque pronto empecé a escuchar el sonido del ferry zarpando. Después el sol salió. Una avioneta con publicidad sobrevoló mi cabeza. Creo que era la primera vez que me pasaba eso. Casino, from 11 am, decía la pancarta. Una gaviota también volaba suave surcando el cielo.
Antes de caer la noche, las nubes tapaban el sol y sus tímidos rayos conseguían que las olas pareciesen de plata. De esa plata maravillosa, que sólo aparece en las grandes ocasiones. Tu reflejo paseó por mi mente. Fue un destello, como esos que bailaban con el mar. Después supe lo que quería.
La madrugada llegó. No pude dejar de reir. Cállate la boca... jejeje La vida es así. Todo parecía perfecto en Los Cristianos, al sur del sur. Sí, fue un gran día porque estuve feliz.

Todo pasó en:
http://webcams.arona.org/arona/webcam/webcam.asp?wc=LasVistas1

Una pregunta

Imagina: Tú y yo somos amigos. Por unas u otras razones -todas ellas sin gran importancia-, un buen día nuestras vidas comienzan a tomar rumbos distintos. Pasa el tiempo y dejamos de vernos. El contacto se corta, pero no ha pasado nada malo.

Pregunta: Si nos encontrásemos en un lugar, un año después, y te saludase, ¿qué harías tú? ¿Te quedarías callado?

martes, 19 de junio de 2007

Vulnerable

Dícese de aquel que puede ser herido o recibir lesión, física o moralmente. Así me siento a tu lado, irremediablemente vulnerable. Y eso me gusta.

sábado, 16 de junio de 2007

198

Todo comenzó hace 198 días. Fue justo el 30 de noviembre de 2006, al mediodía. La condena ya me la han condonado... Ahora sólo queda el futuro.

viernes, 15 de junio de 2007

A dos mil kilómetros


El cielo hoy es suave. No estaba acostumbrado a eso. Siempre había sido intenso, para bien o para mal, pero intenso. Y esta mañana no. No había apenas nubes y su azul era claro, tal vez, demasiado. Hacía un poco de calor y las nubes, bien plantadas, estaban lejos. Como esperando a que alguien diese la señal de ataque… Después coches, motos, ruidos… Pero eso había dejado de ser importante porque a dos mil kilómetros de aquí hace frío. Mucho. En ese lugar no hay árboles, ni paraguas turquesa. Edificios, sí y grandes avenidas, también. Casi es el centro del mundo, aunque yo no esté allí. Estoy aquí, lejos. Mirando árboles, flores y caras que no dicen nada. Aguardando su regreso…

jueves, 14 de junio de 2007

Mastodonte entre juncos


Entre sus múltiples virtudes, no se encontraba la de ser adivino. Aunque a veces utilizase los más extraños medios para saber qué sucedería en el futuro. Era un mastodonte. Algo gigante, que se llevaba por delante todo lo que se interponía en su camino, cual elefante en una cacharrería, pero más grande aún. Cuando quería algo, luchaba hasta el final por conseguirlo. Eso le traía algún problema, aunque en otras ocasiones también era un junco. Uno de aquellos que André Téchiné dibujó a la perfección en sus Juncos Salvajes. A veces era ese Fraçois, débil y frágil, agarrado a la vida viajando en moto por La Provenza. O como los de la canción: Y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, Soy como el junco que se dobla, Pero siempre sigue en pie…

miércoles, 13 de junio de 2007

Buenavista del Norte

Nunca he estado en Buenavista del Norte. Tampoco he estado en muchos otros sitios. Tal vez algún día alguien me lleve o vaya yo por mi cuenta. Tengo sueño. Mucho, aunque sean las seis de la tarde. Anoche volví a tener pesadillas. Hacía muchísimo tiempo que no. Supongo que las dos últimas semanas han sido demasiado intensas para mí. Mi estabilidad mental no depende de mí y eso no es bueno. Tal vez esta noche, si logro dormirme, sólo sueñe con cosas bonita. Quizá, viaje a Buenavista del Norte o a cualquier otro sitio feliz. Deséame suerte.

sábado, 9 de junio de 2007

Tierra y aire

Tierra. Es tierra, de esa naranja, árida, cálida. Cada segundo que pasa está más cerca, pero siempre lejos. Lo suficiente como para querer andar por sus surcos. Recorrerlos y hasta aprendérmelos de memoria. Con los pies bien pegados al suelo y con los dedos al aire que respira. Luego, está el sol. Ese que brilla cada vez que aparece. Le miro atentamente. Sonríe y todo se detiene. Ya no hay cansancio, ni tristeza, ni nada. Sólo tierra, de esa que me ayuda a seguir volando, a crear un planeta infinito, el mío. Tierra y aire, juntos.

viernes, 8 de junio de 2007

Atacado


Un viejo mira atento un televisor. Se ven imágenes de Mujeres al borde de un ataque de nervios, de Pedro Almodóvar, pero él está tranquilo. Casi ni se mueve. Sus manos están entrecruzadas sobre su prominente barriga y sus ojos cansados observan con parsimonia y detenimiento. A su lado, yo. Estoy viendo esos peces que ponen incesantemente en la tele. Nadan de un sitio a otro despacio, recreándose en cada aleteo. Sin prisa. Son de colores distintos, bonitos, pero yo estoy de los nervios. No lo parece, llevo tres días sin dormir pensando en muchas cosas. También estoy atacado y tengo agonía. A punto del infarto y mi piel lo nota. Estoy quieto por fuera, pero soy un volcán a punto de estallar. Me gustaría chillar, brincar y tirarme de los pelos. No lo hago, sólo miro al televisor y espero que los peces alivien mi intranquilidad.

miércoles, 6 de junio de 2007

El tranvía


El niño de las mariposas gris plomo iba todas las mañanas junto a los raíles del tranvía. Allí, junto al césped verde y a los adoquines carmesí, se tumbaba acurrucado con la cabeza muy cerca del suelo. De ese que siempre está caliente y que se mueve a cada paso del secundero del reloj de la rota iglesia del barrio.
Aquel viaje religioso se había convertido en un ritual diario. Una obligación para sus sentidos y también para su frágil alma. La que está convaleciente. La finalidad estaba clara, sólo en ese lugar podía estar cerca de sí mismo. Allí era él. Sólo eso. Y no otro.
Junto a las vías podía escuchar el ruido que hacía el tranvía cada vez que pasaba a su vera. Ese sonido intranquilizador le gustaba. Le daba miedo y por eso no deseaba dejar de escucharlo. Igual que tampoco quería dejar de oir la voz del niño del pantalón rosa claro, ni las olas furiosas que golpean sin compasión las rocas del acantilado.
Solamente escuchando ese particular y único sonido podía viajar a otro mundo. Al suyo. A ese que está aquí, pero que no se ve, ni se toca con los pulgares de unas manos torpes, tontas e inexpertas. Ese mundo que es sinónimo del desastre, del dolor y de la muerte. Pero de ese desastre añorado, de ese dolor sufrido y de esa muerte alegre. Porque, al final, en ese maravilloso rincón del planeta es donde único podía ser feliz.
El leve transcurrir del tranvía intranquilizaba sus intestinos. Los desazonaba, pero al mismo tiempo era un bálsamo para sus oídos.
Cada mañana permanecía allí unos segundos. Los justos para sentir como el tranvía se acercaba desde una lejanía remota, pasaba junto a su alma y se marchaba irremediablemente a un destino que no era el suyo. Lo sabía, pero también que al día siguiente regresaría a aquel anden destartalado y alejado de los vivos y de los muertos. Allí era el único lugar donde podía jugar acurrucado con todas sus mariposas gris plomo.

Gracias

Hoy ha sido un día extraño. Hoy mientras hablaba con mi sobrina de cinco añitos me puse a llorar... Estoy sensible, lo sé, pero no pude reprimirme. Ella se enfadó porque pensó que me reía de ella, pero la verdad era que no, que no me reía. Lloraba... Pues eso, que estoy llorón y que quiero darles las gracias a todos por leerme. Gracias, de verdad.

martes, 5 de junio de 2007

Lágrimas

Una lágrima perfecta. Después muchas. Todas. Lo único que hice fue llorar. Llorar mucho. Hacerlo una y otra vez. Hasta que no pude más. Es lo único que me queda ahora. Lo único hasta que me recupere. Y sólo una pregunta: ¿por qué?
Cuando uno se arriesga a preguntar, debe asumir el reto de recibir y aceptar las respuestas por muy duras que sean. Aunque no nos gusten.
El dolor es doloroso. Mucho. Todo. Tengo las entrañas rotas. Partidas en mil. Sufro. ¿Y ahora? Volver a empezar desde el principio. Pero después de sanar mis heridas.
Tal vez mañana sea un día bonito. Quizá. Mucho. Todo. Ojalá, pero ahora sólo me apetece llorar, llorar y llorar. Llorarlo todo. Hasta el final. Hasta que esos ojos se borren de mi memoria y su voz deje de retumbar en mis tristes oídos.
No quiero que mañana el cielo sea azul tokio. No quiero que no me quiera. Quiero quererlo y quiero que me quiera. Lo quiero todo y mucho.

lunes, 4 de junio de 2007

Un domingo

Ya sé que hoy no es domingo. No es el último domingo. Pero aún me siento como si lo fuera. No había dormido bien. Hace días que no lo hago. Por eso, me volví a despertar pronto. Temprano y tenía fe. Las cosas podían cambiar. Y más después de recordar el verano de 2002.
En aquel tiempo no era feliz, pero solía soñar. Recuerdo cómo me sentía. Pasaba los días en un 'sinvivir', esperando su mensaje. Daba igual la hora que fuera, no me despegaba ni un segundo de mi teléfono móvil. Por si acaso. A medida que se acercaba la hora -las siete de la tarde- mi corazón se agitaba. La ilusión de que llegase el esperado mensaje iba menguando a cada paso del reloj, me desgarraba y la desazón por su ausencia, aumentando hasta convertirse en absoluta.
Pero en aquel julio, el sonido de la señal de aviso de mi móvil cada vez que llegaba, cuando lo hacía, uno de sus mensajes lograba en mí una felicidad maravillosa. Esos segundos infinitos de valor incalculable que transcurrían desde el sonido hasta que podía leer el texto llegado desde el otro lado del mar se han quedado grabados en mi memoria como uno de los recuerdos más bonitos que me dejó aquel ángel. Los únicos.
Aquella sensación no se ha vuelto a repetir. Y el pasado domingo, ayer, menos. Me dijo: "Te llamo", pero no lo hizo. Y allí me quedé todo el día, esperando algo que nunca llegó.
Mi piel es suave, mi sonrisa fácil y mis pies cansados. He dejado de tener hambre. Estoy en el aire. Como atolondrado. Pero el domingo no me llamó y por eso he vuelto a tocar el suelo que ahora es más frío. Al final lloré.

viernes, 1 de junio de 2007

El día

Ha llegado el momento. Lo recuerdo como si fuese hoy. Aquel primer día. No sé de donde venía, pero estaba cansado, a pesar de ser aún media mañana. Lo de no tener horarios, ni fechas en el calendario tiene inconvenientes que a la larga pasan factura. El caso es que el policía de la puerta se puso tonto, como siempre, porque no se veía con la suficiente claridad mi carné identificativo. Al final, un disculpe y para dentro...
Buenos días, les dije a los ujieres. A todos, y mira que hay. Después subí por aquellas escaleritas serpenteantes y fui a desembocar al hemiciclo principal. Las alfombras y las lámparas con forma de araña remolona estaban relucientes. El sol también. No había mucho movimiento, pero siempre aparece alguna primera figura.
Miré a la parte alta y mi compañero allí estaba, atento a cuanto acontecía... Me dirigí hasta él. Así que tuve que pasar primero por un pasillo estrecho y no perderme por el dédalo de despachos de la Cámara. El suelo de madera chirriaba, pero antes de llegar, me quedaba el último obstáculo. Atravesar en silencio un conducto estrecho lleno de sillas ocupadas.
Lo intenté. Juro que lo hice, pero a medio camino tuve que detenerme. Allí estaba. Con una camisa rosa y un pantalón claro. Mirando al vacío. Observando como unos y otros hablaban... La 'grande' estaba apunto de comenzar su discurso, pues comenzó a caminar directa al atril con la solvencia rutilante a la que acostumbra. Todos la esperaban a ella y a su iniciativa legislativa. Hasta él, para eso estaba allí.
No pude hacer más que mirarlo. A partir de ese instante, el resto poco me importó. No sabía ni quién era, ni lo que allí hacía, pero cuan poco me preocupaba eso en aquel momento. Al rato pude seguir avanzando. Llegué a mi destino, pero ese lugar ya era distinto. Era otro. Mi mundo había cambiado para siempre.
Sus ojos y sus dedos... Mientras, mi corazón estaba quieto. Tranquilo, como enfermo que espera la muerte. Ahora dan igual los gatos negros y los coches fúnebres porque están sus dedos y sus ojos, que a veces me miran a escondidas.
No sé cuanto tiempo ha pasado desde aquello. Las cosas han ido despacio, pero han ido.


Ese sitio maravilloso existe y está en:
http://www.parcan.es/informacion/360/