Ya sé que hoy no es domingo. No es el último domingo. Pero aún me siento como si lo fuera. No había dormido bien. Hace días que no lo hago. Por eso, me volví a despertar pronto. Temprano y tenía fe. Las cosas podían cambiar. Y más después de recordar el verano de 2002.
En aquel tiempo no era feliz, pero solía soñar. Recuerdo cómo me sentía. Pasaba los días en un 'sinvivir', esperando su mensaje. Daba igual la hora que fuera, no me despegaba ni un segundo de mi teléfono móvil. Por si acaso. A medida que se acercaba la hora -las siete de la tarde- mi corazón se agitaba. La ilusión de que llegase el esperado mensaje iba menguando a cada paso del reloj, me desgarraba y la desazón por su ausencia, aumentando hasta convertirse en absoluta.
Pero en aquel julio, el sonido de la señal de aviso de mi móvil cada vez que llegaba, cuando lo hacía, uno de sus mensajes lograba en mí una felicidad maravillosa. Esos segundos infinitos de valor incalculable que transcurrían desde el sonido hasta que podía leer el texto llegado desde el otro lado del mar se han quedado grabados en mi memoria como uno de los recuerdos más bonitos que me dejó aquel ángel. Los únicos.
Aquella sensación no se ha vuelto a repetir. Y el pasado domingo, ayer, menos. Me dijo: "Te llamo", pero no lo hizo. Y allí me quedé todo el día, esperando algo que nunca llegó.
Mi piel es suave, mi sonrisa fácil y mis pies cansados. He dejado de tener hambre. Estoy en el aire. Como atolondrado. Pero el domingo no me llamó y por eso he vuelto a tocar el suelo que ahora es más frío. Al final lloré.
1 comentario:
Magnífico, sencillamente magnífico. La forma en que las palabras se resbalan entre las líneas no tiene igual, pero las frases cortas constituyen el verdadero secreto de las formas. El secreto del fondo se esconde en el corazón.
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