La
lluvia ya no refresca mi habitación. Son las cuatro de la mañana y el aguacero lo
alborota todo, pero la ventana abierta de par en par no deja que se me mojen
los pies. Se me olvidó encender la vela que todo lo calma. El ruido que hacen
las gotas al caer sobre los tejados de zinc me desvela una vez más. La almohada entre las
rodillas me atraviesa y ya no me apetece mirar. No, no me apetece mirar lo que
sucede fuera. Apenas se escuchan coches, tampoco los camiones de la basura que
ya han debido terminar su recorrido. Pienso en tus ojos, en tu heterosexualidad
mayúscula y en tu abdomen, tan distinto al mismo. También en todo lo distinto
que nos separa. En esas líneas que zigzaguean para que nunca nos encontremos. Siempre
te terminas yendo en tu bicicleta verde, te vas a ese lugar en el que ya sé que
nunca me hallarás. Creo que ha dejado de llover, pero el calor abrasante que no
me deja dormir continúa aquí, debajo de mi sábana y paseando por los techos que
no alcanzo. Le doy la vuelta a la almohada, para que el cuello por fin pueda
descansar. La segunda ventana del tercero del edificio que asoma por mi balcón se
enciende. Nadie se asoma. La noche me parece tan solitaria… Me doy la vuelta,
intuyo las puertas del armario y también los tenis repartidos por todo el
suelo. El ventilador, lleno de polvo, continúa apagado. Igual de apagado que
mis ganas de volver a sentir. Quizá algún abrazo, o que bailemos de una vez por
todas y que todo lo demás desaparezca para siempre. Me aprietas fuerte contra
ti y me da por anidar en tu pecho, ese pecho imaginario que respira profundo a
cada pedaleo. Me susurras tu nombre al oído, pero ya me lo sé de memoria, lo supe
desde la primera vez en aquella cafetería. Yo era el trapo con el que limpiabas
el expositor impoluto que custodiaba las tartas de zanahoria y chocolate. Pero me
hubiera gustado ser el niño que lo manoseaba, porque las cosas tras el
escaparate nunca han sido para mí. Ni las ropas caras, ni las bicicletas y
tampoco las tartas de zanahoria y chocolate. Tampoco tú.
El muchacho de los ojos tristas, de Niza y La Casa Azul
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