La marea baja, profundamente baja. Las gaviotas se han ido, solo quedaban algunas palomas en busca de lo olvidado entre castillos de arena. El sol comenzaba a desperezarse, sus rayos despertaban también a los pocos que se habían dormido. Las olas también se habían ido de descanso. Habían dicho miles de veces que lo harían y, por fin, aquel martes fueron valientes y cumplieron sus promesas. Todas. Descansaban tranquilas. Las únicas que tenían algo de ajetreo eran las cacerolas del chiringuito número diez y los juguetes de plástico. Estos últimos siempre llenos de arena… La marea estaba baja, no había peces. Parecía que éste iba a ser un día normal de playa y lo fue.