Se ató el tobillo derecho a un anclaje que había en el suelo. Apretó fuerte. No quería estar libre, tenía miedo. Se amarró al suelo porque temía que le diera por volar. Podía levantar la pierna izquierda, los brazos, agitarlos en el aire. Podía soñar que se dejaba libre, podía hacer todas esas cosas y, sin embargo, el miedo a no tocar tierra firme era más grande. Siempre había sido así, nunca se había permitido la libertad completa, nunca se había concedido esa sensación, nunca se había tolerado. Atado al suelo podía seguir hacia adelante, como si arrastrara una de esas grandes bolas de acero de los presos. Renqueante, pero con paso firme. Lo otro, lo de vivir sin algo a lo que asirse era una pesadilla que no quería vivir. Admiraba tanto a la gente que podía hacerlo, les envidiaba con esa envidia sana de los que saben que la suerte nunca les saludará pero disfrutan viendo a los demás llenos de fortuna. A veces se renuncia, simplemente eso. Sin más historias. Se renuncia a ser feliz...
Raffaella, de Varry Brava.