Cuando las luces se apagan, no queda nada. Así, día tras día. Llegas a la oficina a las ocho y desconectas como si fueras otra persona distinta hasta las cuatro. Ríes, hablas, comentas, escribes, escuchas… A las cuatro y cinco regresa el vacío, la inmensidad de la nada. Los regresos son terroríficos. Un desierto en el que solo hay suciedad y polvo. Y no quieres mirar atrás porque es como si te abrieran en canal, como si te partieran en dos y ese dolor no te deja vivir. Ya no quieres. Es tan inmenso que no hay vida, ni muerte. Se te agolpan los recuerdos, los buenos y también los malos y las lágrimas se desbordan. Sin ton ni son, imparables. Sin que pase nada extraordinario, solo los segundos en el reloj de la cocina. Tic tac, tic tac. Y lloras, y ya solo quieres una cosa: dormir. Acostarte en la cama libre de todo lo que pueda suceder, sin que nada te toque, sin que nada te dañe. Bajo el edredón estás a salvo de lo malo, de la tristeza. Y quieres que los días se sucedan, que el tiempo no se detenga, que avance, aunque ya el calendario no te importe. Protegido bajo las sábanas, ya todo da igual...
sábado, 25 de febrero de 2023
martes, 21 de febrero de 2023
Salto de generacional
Todos eran pequeños, jóvenes. Tan ajenos a mí… Con sus
dramas, con sus códigos, sin mí. Volví a los juzgados, a ese maldito lugar en
el que te escrutan, como si fueras una pieza de ganado a la que hay que dar el
visto bueno. Como si hubiera regresado al pasado, pero sin canciones de La Casa
Azul. Solo de Bud Bunny. No quiero, nunca quise. Me irritaba tanto el examen,
las deliberaciones, el suspenso… Durante un instante miré al suelo, el tenis se
me deslizaba, había fango. También orines, algo de tónica, vasos de plástico y
muchas plumas de marabú. Quise morirme. Fue solo un instante, una sensación, un
escalofrío. Luego miré de frente, a la pared gris, di media vuelta y bailé...
Tití me preguntó, de Bad Bunny
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