Se acabó, dijiste tajante y acto seguido cerraste la puerta de un portazo al salir, dejándome hundido en un rincón de nuestra habitación violeta. Y desde instante estoy de luto, llorando la pérdida. Recordando los buenos momentos, las risas, las caricias y tus dedos descubriendo todos mis reinos. Tu espalda. También esa manera tan tonta que tenías de masticar o cómo colocabas tus gafas en la mesilla de noche antes de dormir. Se acabó, temí y acto seguido comencé a mirar por aquella ventana infantil de la esquina, dejándote ir para que conozcas otros mundos. Y desde ese instante estás de nuevas, buscando el camino más cómodo para seguir andando. Sin lágrimas, sin ropas negras y sin palabras de consuelo. Borrón y cuenta nueva. Y mi universo es distinto al tuyo; y también mis maneras. Los días se suceden y no sucede nada, y a pesar de todo, sigo rezando para que la tele no se estropee un día de estos o para que el pan no vuelva a subir. Recuerdo cuando cuatro panes costaban lo que ahora uno y medio… Los sábados por la tarde íbamos al supermercado y te escondías para coger al despiste helado y chocolate, mientras yo me limitaba a meter en las bolsas lo que habías alistado. Se acabó, dijeron Pablo y Sebastián y acto seguido comenzaron a consolarme porque sabían que mi pena era casi eterna. Y desde ese instante te sonríen cuando te ven por la calle y les das la espalda. Tus amigos, a la contra han dejado de mirarme. Cada maestrillo tiene su librillo y se me escapan tus designios, tus deseos y tus maneras de hacer. Se acabó, se lee en todos los letreros y acato, pero no comparto tu forma de arrancar de cuajo todo lo sembrado, pasando la última página y cerrando el libro para siempre. Y al mismo tiempo tú optas por no responder, por respirar aire fresco y acatas, pero no compartes mi obsesión por agarrarme a los recuerdos, al duelo… Se acabó, falla el juez y al final ninguno gana, pero tampoco pierde…