Recorrió cientos de
kilómetros en una travesía que se llevó casi todo lo que quería. Sus zapatos
estaban ya demasiado gastados y no sabía hasta dónde llegarían. Había partido
hacía más de una década buscando encontrarse y, al mismo tiempo, huyendo de sí
mismo. Había cosas en su mundo que le disgustaban sobremanera y por eso cada
noche se encomendaba a los espíritus para que todo lo malo se marchase. Recaló en
varios puertos Botafoc, Manchester, pero ninguno terminaba de satisfacerle. Debía
encontrar la vida. Su ímpetu le llevaba a saltar de todos los precipicios que
hallaba, unas veces con mayor acierto que otro. En su deambular por el mundo había
olvidado su nombre. En un andén de metro también se dejó la piel. Se estaba
dejando muchas cosas por el camino. Todo menos la ilusión en sus ojos. Sabía que
algún día conseguiría alcanzar la luz de la tranquilidad y apartaría para
siempre las malas aventuras. Quizá fue al oír una canción en el muelle de Los Cristianos o al desvestirse una
noche de febrero, no estaba seguro de cómo aquel grumete de pelo alborotado
había llegado a su vida. No hacía demasiado tiempo, tal vez un par de meses o
un año. Todo estaba en una nebulosa. Antes de dormir, cada noche, se quedaba
horas y horas observándolo, y no se había dado cuenta de que aquel era su
destino. Había andado cientos de kilómetros, estaba muy lejos de su hogar, en
una travesía que se había llevado casi todo lo que quería y no podía quedarse
sin él también. Ni podía, ni quería. Lo supo de pronto, la alegría le llegó
como un golpe de mar. En mitad de una noche tranquila oyó ruidos en la cubierta
de aquel maltrecho velero en el que viajaba. Se levantó sin hacer ruido y desde
detrás de una puerta observó durante un largo rato como aquel grumete le estaba
limpiando sus gastados zapatos con suma delicadeza. Ahí lo supo. En estos últimos
tiempos el viento había dejado de soplar en contra gracias a él, a aquel joven
desvencijado que le hacía más llevadero el sendero. En ese instante eterno lo
supo y su alma quedó tranquila y dejó de buscar.
'Contigo hasta el final', de El Sueño de Morfeo
domingo, 26 de mayo de 2013
viernes, 17 de mayo de 2013
El maestro
Desde muy
pequeño me convertí en un maestro en el arte de escuchar, puesto que yo no
podía contarle a nadie nada de lo que sentía.
La vida iba en serio. Jorge Javier Vázquez.
miércoles, 15 de mayo de 2013
#spanishrevolution
¿Cómo pasa el
tiempo? Hace dos años y parece que hace mil años. Recuerdo aquella primera tarde
de acampada. Había cinco o diez personas y hablaban un poco desorientados de
acampar en aquella plaza que a la postre se convertiría en la plaza del 15M en
Tenerife. No había portavoces, ni tampoco querían serlo. Aquel fue el comienzo
y no fue fácil contar aquel inicio en una isla tan alejada de la Puerta del Sol.
Con los días el número de indignados fue creciendo y las asambleas se fueron
poco a poco llenando de testimonios e ideas que vestían el futuro de esperanza.
Por allí no pasaban muchos periodistas para contar después lo que se vivía en
la Plaza. También hubo momentos tensos, difíciles. Las noches previas a las
elecciones bajo la amenaza del desalojo o los pequeños problemas cotidianos del
día a día. Nadie dijo que fuese fácil alcanzar acuerdos al estilo asambleario
en el que no se impone sino que se convence. Pero en esas dificultades estriba,
descansa, la fuerza del movimiento: una nueva forma de hacer las cosas. ¡Cómo
explicar que lo allí vivido era algo diferente, nuevo, y que no tenía nada que
ver con el pasado! Si no nos dejan soñar, no les dejaremos dormir. Ese era el
objetivo: poder al menos soñar. Pero para alcanzarlo primero había que vivir
una revolución personal, íntima. Echando la vista atrás me recuerdo con los
pies desnudos, pantalón corto y la camiseta de guerra, raída por el sol. Sabía que
me tocaba estar a este lado, en el bando de los que habían perdido. No había
miedo. Han pasado dos años y todo aquello no ha muerto, sigue vivo...
martes, 7 de mayo de 2013
El tren de los vivos
Hache despertó en
mitad de la noche y se quedó fijado en el reloj. Todo iba demasiado deprisa. Su
corazón se desbocaba y parecía que la vida se le iba de las manos. Mientras todo
andaba, él se sentía quieto, como si no pudiese subirse al maldito tren de los
vivos. Miraba el techo y procuraba respirar pero el tic tac implacable no le
dejaba descansar. Así podía pasarse días y días, agobiado por el vértigo y sólo
tenía un refugio que le daba paz: las flores del verano.
sábado, 4 de mayo de 2013
Peinarse por las mañanas
Hache sentía que
habían tensado tanto la cuerda que se había roto por la parte más frágil, él. No
podía respirar bien y creía que era buen momento para huir lejos de todos, a un
lugar donde nadie le importunase. Buscaba una tierra donde no le hiciesen daño,
pero no sabía cómo ni tampoco si existiría. Tenía tantas dudas en la cabeza y
tan roto el corazón que apenas podía comer o peinarse por las mañanas. Se había
quedado sin ganas. Ya no le apetecía vivir en aquel cuento. Recordaba cómo
empezó todo, un día de primavera, pero todo pasa. ¿Qué pasaría ahora? Quién
sabe, se decía y entre tanta nube sólo quería que los minutos discurriesen con
calma porque la tranquilidad regresaría más pronto que tarde y sus heridas
sanarían.
jueves, 2 de mayo de 2013
Miserias y lujos
Es lo que tiene el verdadero amor que, una vez te ha elegido, te deja tocado y hundido para siempre. Y no es que no sepas ver los defectos o carencias del ser amado. Es simple y llanamente que aquel estado de enajenación tiene la virtud de elevarte por encima de las bajezas humanas y hacerte trascender. Aprendes a comprender y a aceptar a ese pedazo de carne y espíritu, con sus miserias y sus lujos. Casi como el amor que sientes por un hijo: en el fondo de tu alma conoces a la perfección de lo que carece, pero siempre encuentras la disculpa perfecta para redimirlo.
Memorias de un sinvergüenza de siete suelas. Ángela Becerra.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)