miércoles, 18 de junio de 2014

En el sitio de siempre



Se había levantado aquella mañana muy temprano, un poco antes de los primeros rayos de sol. Llevaba demasiado tiempo despierto y no aguantó más tiempo en la cama. Le desesperaba estar dando vueltas y no poder conciliar el sueño. Se había encomendado a todos los santos y también a todos los dioses que conocía, pero su empeño fue en vano. Y despierto, acompañado por el sonido que hacían los operarios de la mañana, se fue hasta aquel maldito aparato que últimamente tanto desasosiego le había traído en su vida. Miró su correo electrónico y nada, también los sms y el buzón de voz. Nada nuevo bajo el sol, así que tuvo que quedarse con aquel maldito mensaje -guardado desde hacía una hartada tiempo- que decía bien claro que no pasaba nada, que todo estaba bien. Pero él sabía que a veces las palabras mienten o que, al menos, no van en sintonía con la realidad. Eso también le sucedía a él, se escribía todos los atardeceres que al día siguiente todo sería mejor, que haría un montón de cosas para mejorarse, pero... no siempre lo conseguía aunque su intención era inocente, sin mácula. El amor se le iba apagando y él no podía hacer nada por evitarlo, había intentado achicar toda el agua, pero la vía había logrado abarcarlo todo. Apagó su teléfono inteligente y no pudo contener su llanto. Todo se le había convertido en lágrimas. No se había movido ni un centímetro, estaba en el mismo lugar, en el sitio de siempre. Era el mismo, pero ella aunque no lo confesaba se había querido ir. Y saber, igual que vivir, ahora le dolía demasiado.

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