domingo, 19 de mayo de 2019

Tus calzoncillos

Eran las tres o las cuatro de la mañana, ya no lo recuerdo bien. Sé que salimos del bar porque era tarde y no había demasiada gente. Y eso era raro porque siempre se llenaba. Ibas sonriendo y yo con alguna cerveza de más, alegre por seguir un día más a tu lado. La noche lo envolvía todo y yo flotaba porque por fin la vida parecía que me sonreía. Y de repente me detuviste en una acera de aquellas, sucia y llena de cucarachas. Me atrapaste y me besaste. Treinta segundos eternos. Todo pasó muy rápido, dejé de tocar el suelo y a partir de ahí no me enteré de nada más. Me cogiste de la mano y en un instante efímero estábamos juntos en el ascensor que nos llevaba a tu casa. Aquella luz no me gustaba, luego tu salón y tu cama. Recuerdo tus calzoncillos, hacía calor. Las paredes eran extremadamente blancas… Y lloré porqué justo ahí supe que no me querías, que nunca lo harías. Querías, te esforzabas, pero yo no sabía cómo hacer para que pudieras. Y vaya que si lloré. Lo hice vestido de silencio, porque tú dormías a mi lado. Deseé con tantas fuerzas que aquello no hubiera ocurrido nunca, que nunca me hubieras dicho que no. Y no se hacía de día. No se hacía de día y yo me moría… Recé porque aclarara, porque el sol saliera de una puta vez, porque me dejaran de doler las entrañas… Pero nada de eso pasó.

Siempre brilla el sol, de Lori Meyers.

Pd. Ahí queda eso...

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