Jueves
número 5 de confinamiento. Llevaba unos días extraño, con los directos de
instagram había perdido un poco el norte, así que no sabía muy bien en el día en
que vivía. Lo único que sabía era que estaba nublado. Sí, nublado, allí y en
abril, desde el confinamiento no había día sin nube. Debe, pensaba en las
madrugadas, estar todo relacionado, igual que lo de las luces en el cielo
por las noches o los sonidos hum de Sevilla o Barcelona. Le habían dicho que
también se habían escuchado en El Coromoto.
Como de costumbre en las últimas
cinco semanas, se despertaba sin necesidad de que sonara la alarma del móvil,
se sobresaltaba hasta que comprobaba que era megatemprano, se relajaba y ya si
eso se levantaba. Desayunó y como era jueves se preparó para ir al supermercado.
Prefería ir temprano, costumbre adquirida con el paso de los años.
Llegó pronto
y no se lo podía creer: no había cola y se maldijo porque seguro que era porque
la habían hecho por la otra puerta, esa que quedaba a tomar viento. Avanzó y
vio como una doña de unos setenta o más entraba por la puerta de siempre, pero seguía
sin haber cola. Se preguntó por lo que habría pasado y su intranquilidad se aceleraba
a medida que se acercaba a la puerta. No había cola, continuaba sin creérselo y
aceleró el paso ante el temor ingrávido de que justo cuando llegase le cerraran
las puertas en sus narices.
Un señor con carrito y mascarilla apareció por su derecha
e instintivamente aceleró el paso. Vio su cara de extrañeza y sintió cierto
alivio, esos minisegundos de duda fueron justo lo que necesitó para llegar
primero de forma holgada. Se detuvo en seco en la puerta y el de seguridad le conminó
a entrar. Le dijo que se parase a cierta distancia, desenfundó el termómetro,
pensó estar en O.K. Corral, aunque sin pistola; y le disparó. 34 y medio,
farfulló al tiempo que le ordenó que pillara unos guantes y que pasare porque
estaba bien. En lo que se puso los guantes no pudo dejar de pensar en ese 34 y
medio, le retumbaba en la cabeza y volvió a mirar incrédulo al de seguridad sin
que se diera cuenta.
Intentó tranquilizarse, quizá, concluyó fuera por eso por
lo que llevaba un par de días sintiéndose raro. Era la prueba que necesitaba.
Quizá hubiese hecho bien dejándolo todo y yéndose al centro de salud que estaba
al lado del súper, pero le pudo más la alegría de que no hubiera cola. Odiaba
esperar cincuenta minutos en una cola donde la gente estaba todo el rato quejándose
porque parecía que estábamos como cuando la guerra y las cartillas de
racionamiento.
Ya luego, entre que seguía sin haber lejía para ropa de color,
ni de la normal tampoco, ni cotufas, alcohol de 96 ni calabaza el cuerpo le fue
cogiendo calor. Y le vino a la cabeza aquello que dijo Candela Peña en La
Resistencia de que la gente estaba muy equivocada con lo que pasaba en
Canarias, que en las tiendas faltaban verduras normales como brócoli porque
aquí en las huertas se cultiva piña tropical y plátanos. Y así nos va…
Huesos, de Dani Martín y Juanes.