He pasado la mañana leyendo currículos de
desconocidos. Ayer me quedé sin fuerzas, bajé los brazos a eso de las cuatro y
media, y me vacié de esas ideas pequeñas que a veces sí que me hacen sentir un
poquito mejor, que son como esas llamas exhaustas y débiles de las velas
marchitas en las iglesias. Saltaba de una página a otra, imaginando que, sin
conocerme, no les importaría aplicar por mí. A cada frase imaginaba anécdotas,
risas y caricias. Todo está en internet, también sus vidas, tan amables y
completas. Currículo, tras currículo hasta que me quedé sin batería. Y después
el silencio. De nuevo, la nada. Por aquí los domingos continúan siendo
extraños. No sé por qué continúo en el pozo, sabiendo que la poca luz que se
cuela por la abertura no es suficiente. Ya no. La piel se me deshace, y tango los
ojos exhaustos, sin fuerzas de tanta lucha, de tanto sueño incumplido. Un bailarín,
un profesor de filo, el pintor, y la barbie periodista… Y todos vuelan
demasiado lejos. Y ninguno quiso conmigo.
Canciones de amor para ti, de Rigoberta Bandini
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