Expuesto. Justo en ese lugar en el que el viento
sopla desde todas las direcciones. La marquesina de poca lluvia me cobija. Y cuando
el sol azuza no hay escapatoria. Así siento, totalmente desnudo, expuesto a las
cosas de la vida cotidiana, como si alguien me hubiese puesto en situación de
sufrir todo el daño y perjuicio. Sin defensa alguna. Desprotegido como un poste
mal puesto, como un reloj apunto de agotarse o como el callao al final de todos
los barrancos. Y esta exposición que en otro mercado me hubiera sido plenamente
satisfactoria, hoy parece un dolor extremo. Mejor hubiera sido estar expuesto a
conocer al otro, a disfrutar de las pitayas o descubriendo ese color tan
extraño de los caquis de invierno. Esa vulnerabilidad deseada para que otro
mundo entre en mí. Esa es la que anhelo. Y no esta otra que deja siempre un
regusto en la boca de estar a los pies de los caballos… En mitad de una
redacción donde todos piensan distinto. Comiendo con desconocidos y riéndoles chistes
sin gracia. Sabiendo que el tiempo ya se ha agotado y que todo es cuestión de
un golpe de mar. A merced del oleaje.
Lo que voy a mentir, de Xerach
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