lunes, 30 de agosto de 2010

Llegan unos ojos

A veces algunas cosas dejan de importar. De repente. Sin esperarlo. Llegan unos ojos, unos bonitos. Marrones y pícaros. Y todo cambia. Los detalles carecen de interés. Las minucias desaparecen. También el pasado, el presente y el mañana. Pero no es algo extraño. Sucede de forma natural como cuando la lluvia poco a poco va mojando las ventanas o las manzanas podridas caen al suelo al final del verano. Levantas la cabeza y ahí están esos dos ojos mirándote justo al otro lado de la sala. Se acercan poco a poco. Tú también lo haces. Avanzas. A veces hay montañas que atravesar. Bajas un segundo la mirada y todo se tambalea. Tu corazón se dispara al borde de un precipicio, pero vuelves a mirar y ahí siguen esos ojos traviesos acercándose hacia ti imparables y quizá hasta irreverentes. Después se funden y todo es mejor. Lo has conseguido, piensas y sabes que eso ya tampoco importa. Juegas. Tocas. Bailas. Y al final desapareces.

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