Marta se desvivía por Paul. Siempre estaba pendiente de él, de su
salud, de su ánimo. Al menor cambio de su expresión, ahí estaba ella para
calmar las heridas. No siempre fue así, ella sin darse cuenta fue cediendo
espacio a aquel marino inglés que había llegado un verano en busca de aventuras
y empresas harto complicadas. Cocinaba y tendía la ropa, pero sobre todas las
cosas ella servía para que la realidad no le fuese dolorosa… A veces se
extrañaba de su actitud, antes no era tan dadivosa, más bien lo contrario. Dicen
que siempre en los acuerdos entre dos, hay uno que da más que el otro, que esto
es algo inevitable. “Supongo que está bien”, se decía algunas noches que pasaba
en vigilia, aunque no podía evitar pensar que las cosas serían así hasta que
ella dijese hasta aquí hemos llegado. Ese momento sería en el que le tocaría
hablar a Paul. Quizá esté dispuesto a dar. Hasta tanto, Marta continuaba
mirando el cielo despejado las noches de luna creciente o el viento soplando
las olas del mar…
jueves, 30 de agosto de 2012
domingo, 26 de agosto de 2012
Cuando los globos suben...
En
el piso de arriba se oían unos pasos que recorrían el techo de un lado a otro
sin parar. Intentaba dormir, pero el calor no le dejaba. Las ideas se le
amontonaban en la cabeza. Lo que debía hacer en el trabajo, las llamadas
pendientes, avanzar los expedientes,… Se deshizo de las sábanas y, por
casualidad, se tocó el corazón e iba a mil por hora. No se había dado cuenta,
pero ahí estaba ese tic tac incesante que le atormentaba. Abrió los ojos y
observó aquel pequeño ventilador que ruidosamente daba vueltas sin apenas mover
el aire. Tenía un aspa rota y de un manotazo lo apagó. Había vuelto el silencio
y pensó en Zeta. Sobre todo en sus orejas y en su manera de mover las manos
cuando explicaba alguna de sus teorías. Su cuerpo se activó y se dejó llevar
por el deseo. El recuerdo le impedía respirar con claridad y ya no pudo
descansar hasta que los globos de colores que Zeta había inflado en su mente
comenzaron a decorar aquel techo tan extraño que le cubría…
jueves, 23 de agosto de 2012
Impostado
Comenzó a hablar y no se reconoció. Una tras otra salían de su boca
palabras que nunca había oído. No sabía qué significaban, jamás las había
escuchado, pero no podía parar. No sabía por qué razón, pero lo cierto es que
hablaba como si no fuera él. Como si fuera un literato del XVI o como un
ingeniero de aeronáutica. En otro tiempo se hubiera alegrado y mucho, pero
ahora estaba en otra fase. Sólo quería decir lo que sentía, sólo eso. Sin estridencias
y sobre todo sin palabras grandilocuentes. Pronunciar las palabras justas no es
tarea sencilla y lo sabía. Pero había que intentarlo. A partir de ahora ésa era
su única meta…
lunes, 20 de agosto de 2012
Me miras
Me
miras intentando agarrarte a mí, como si yo fuese tu salvación, y no sé si
podré ser ese a quien buscas, pero quiero… con todas mis fuerzas. Tus ojos
extraños me desarman una y otra vez. Esa claridad me atrapa, me entontece y me
lleva hasta el cielo. Y yo quiero. Claro que quiero. Rebusco entre las palabras
más bonitas para decirte las que más te maravillen y, al final, me quedo mudo
observándote. No se me ocurre nada, salvo estar junto a ti, abrazándote hasta
que se me acaben las horas. Te diría tantas cosas, pero me mezclo entre tus
manos y te llevo a mi pecho para que descanses siempre. Y respiro tu aire, y
vivo porque tú eres quien hace que esté vivo… Y al rato vuelves a mirarme y yo
vuelvo a saber que te quiero…
'La incondicional', de Luis Miguel
'La incondicional', de Luis Miguel
jueves, 16 de agosto de 2012
Dulces increíbles
Ruth estaba delante de aquel escaparate lleno de dulces increíbles. Sus
ojos bien abiertos no daban crédito y su boca hecha agua era incapaz de
cerrarse. Había manjares de crema, fresas, hojaldre, manzana, calabaza, pero
sobre todo de chocolate. La pequeña se pasaba en frente de ‘Dulces y caprichos’
todas las tardes desde que recordara, aunque sólo podía comprar los domingos
por la tarde, después del partido y siempre que el equipo de papá hubiera o
hubiese ganado. Un día llegó a casa con la cara llena de ese azúcar blanco que
espolvoreaban por arriba y los dedos de las manos pegajosos por culpa de
aquella maravillosa crema. Nunca olvidaría la bronca de mamá, pero aun así
aquella noche durmió plácida soñando con dulces de asombrosas formas y sabores.
Deseaba tanto entrar, que poco le importaba lo que sucediera a su alrededor,
que la casa necesitase un pintado urgente o que el grifo de la pileta gotease
sin descanso. Con la llegada del calor, la ceremonia se retrasaba y en lugar de
llegar al frontal de la dulcería a las cinco lo hacía a las seis y media, casi
siete. El sol daba demasiado en aquella zona de la capital. Las dependientas
apenas la veían, camuflada en la cotidianeidad de los días, pero ella estaba
allí observándolo todo. Sabía que don Luis prefería los tubos de crema y que
Soraya sólo besaba detrás del descampado a los chicos que le compraban conos de
chocolate. Los que menos éxitos tenían eran los de nata y frutas como el kiwi o
la naranja amarga. La manzana, por el contrario, se imponía entre las señoras
de mediana edad y las cerezas entre las niñas menores de doce. Con el paso de
los años, poca cosa cambió. Ruth seguía yendo a ‘Dulces y caprichos’ los
domingos por la tarde a comprar uno o dos pastelitos y aquellos instantes se le
hacían deliciosamente eternos. La crisis no afectó en demasía su bolsillo, que
nunca estuvo lleno y eso propició que el rito se prolongase en el tiempo. Quizá
nunca sería una chica lista, ni delgada. Quizá… Tampoco aspiraba a ello, Ruth
sólo quería sentir y allí, delante de aquel escaparate, era capaz de hacerlo
sin miedos, ni temores.
lunes, 13 de agosto de 2012
No había superhéroes
Momó
nació un seis de diciembre. Hacía calor, pero también había algunas nubes. No recordaba
cómo era antes, pero no era alguien alegre: Se había olvidado de sonreír. Quizá
fue aquella primera discusión donde le zarandeaban o la temprana visita de la
muerte. Después vinieron los años de silencio, el encierro, la lejanía y el
viaje al interior. Tardó años en construirse su caparazón, allí dentro estaba
libre de todo mal. Cuando podía se imaginaba un mundo nuevo, pequeño y donde la
gente iba y venía. No había superhéroes. Sólo personas que a pesar de los
pesares se querían. Momó se había olvidado de demasiadas cosas, incluso había
días en los que lloraba pensando que jamás podría amar. No le gustaba o no
sabía cómo abrazar o acariciar. Se sentía infinitamente extraño cuando le
tocaba tocar. A veces añoraba todo eso que nunca tuvo y luchaba contra sí mismo
porque le gustaría recobrar su infancia. Tal vez jugar a la pelota o a los
exploradores. Dejar de tener las manos atadas y poder extender las alas para
volar…
'Macumba', de Verónica Castro
'Macumba', de Verónica Castro
viernes, 10 de agosto de 2012
Volverá a haber abejas en el campo
A veces las flores del camino no son suficientes para arrancarme una
sonrisa. Quizá haya escrito demasiadas palabras y ahora sólo me apetezca que
haya alguien a quien le dé por leerlas. Aunque sea un ínfimo rato. Todos hablan
y hablan, pero el sol sigue ahí, en el cielo, solo y sin tener a nadie que le
escuche. Y creo que es tiempo de decir qué es lo que necesito, que en ocasiones
siento cómo se me atascan las palabras y, triste, no puedo hallar la forma de
volver a respirar. El silencio me apaga poco a poco y temo que sea algo
irremediable. Grandes o pequeñas, también tengo penas que me desasosiegan, que
me impiden navegar en calma, aunque no las saque al aire. Todo volverá a su
cauce y las flores del camino lograrán que vuelva a haber abejas en el campo y
que su miel decore algún bonito escaparate de la ciudad. Será ese buen momento
para volver a dormir, para descansar al fin…
martes, 7 de agosto de 2012
Enfadado
Y
cuando más enfadado con el mundo estoy, llegas tú y sonríes, y es ahí cuando no
puedo seguir enfrentado con todo lo que me rodea, que me sé entregado y que lo
feo deja de tener sentido. Y me quedo detenido en tu boca, sabiendo que el
reloj se ha detenido para siempre. Hay días en los que intento zafarme, aunque
son los menos. Guardo silencio y echo a andar, mirando de vez en cuando hacia
atrás por si aparece algún coche por la retaguardia y, tranquilo, osa a
llevarme lejos de ti. Como si estuviese haciendo autostop. Así ando y no lo
puedo evitar. No lo puedo remediar hasta que apareces con tus ojos grandes,
transparentes, tu sonrisa inocente y tus dedos regordetes. Revolucionas todo a
mi alrededor. Lo desordenas y deja de importarme que el pan haya vuelto a subir
o que no haya llovido desde noviembre. Y termino dudando de si alguna vez
estuve enfadado…
'Sabes', de Reik
'Sabes', de Reik
sábado, 4 de agosto de 2012
Mar gris y de verano
Desde aquella ventana atisbaba el mar. Rotundo y con reflejos plata. Brillaba
bajo un cielo nublado. Siempre le gustó aquel mar grisáceo y de verano. Mientras
unos buscaban playas paradisiacas a él sólo le interesaban los rincones
pequeños en los que refugiarse del ruido de los días. Hoy no estaba alegre,
tampoco triste, pero no estaba alegre. Rebuscaba, pero no encontraba motivos,
ni para lo uno ni para lo otro. Se le pasaban por la mente algunas caras, las
cosas que se hacen por ellas, los esfuerzos, aunque no se digan a viva voz… Sí,
se había levantado con el pie izquierdo, pero al salir procuró pisar primero
con el derecho por aquello de compensar. Y así había ido el día, ni frío ni
calor, ni bueno, ni malo, ni nada de nada. Y quiso volver a escuchar canciones
alegres y dejar de pensar en la mediocridad de las horas, pero era tarea harto
complicada. Esperar más, no siempre es bueno, ni real. Y entre los edificios
volvió a buscar aquella imagen del mar, más gris plomo que antes. La encontró
rápido y pudo volver a rezar para encomendarse a él y sólo le pidió una cosa:
que lo que está por pasar sea bueno.
miércoles, 1 de agosto de 2012
A su paso
El calor avivaba las papeleras de la calle a su paso. Las cucarachas
pululaban a su pesar intentando esconderse con la luz del día y corrían
alejándose cada vez que la veían aparecer. Andaba sin mirar a ningún sitio en
particular. No se fijaba en las caras, ni siquiera en los escaparates. Caminaba
y caminaba, sin detenerse. Siempre hacia adelante. A veces llevaba una
minifalda y otras un pantalón claro, pero lo que nunca le fallaba eran sus
zapatos de tacón. Eran su único vicio. Sus favoritos, unos que la hacían tocar
el cielo azul con los dedos. Su risa daba de comer a los perros vagabundos y
cuando se le notaba alguna tristeza es como si el mar, enfurecido, hubiera
dejado de vivir. Aunque estas ocasiones eran las menos. Siempre tenía dibujada
en la cara una sonrisa y eso le ayudaba a seguir viva. No tenía nombre y quizá
por eso todos los hombres la perseguían; la buscaban, intentando asir un trozo
de su piel, y más de uno se vio obligado a perderse en la complicada nebulosa
que llega justo cuando la razón abandona el buen hogar. Se contaban por decenas
los perdidos por su culpa. ‘Muchos son los llamados, pero muy pocos los
elegidos’, repetía incansable a todos sus pretendientes. Así se los quitaba de
encima porque a quién ella realmente deseaba ya no estaba, se había ido en un
barco velero…
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