miércoles, 11 de junio de 2014

Ordinary people

Vicenta Matilde siempre se creyó especial. Se sabía por encima de las cosas y, alejada del mundanal ruido, minusvaloraba a la gente corriente. Nunca le extrañó que todos sus maestros supiesen su nombre antes de conocerla o que los niños en el colegio le hicieran la corte. En la Universidad tampoco había pasado desapercibida. Y no, no era por el linaje de sus apellidos, era ella la especial. Ella tenía algo que hacía que todos se quedasen en un segundo plano. Entre miles de pretendientes pudo elegir y es que siempre se decía que muchos eran los llamados, pero le tocaba a ella escoger. Vicenta Matilde vivió la mayor parte de su vida en una ciudad pequeña. Era normal que le cediesen el paso en las aceras o que los vehículos siempre se detuvieran nada más verla. No había acto social en el que no hubiese estado presente. Podía decirse que nada pasaba en la Villa, si ella no estaba para dar fe. Había vivido con la certeza de ser trascendental y esa certeza la llevaba a ser comprensiva y compasiva con aquellos seres que la asediaban a todas horas, que la admiraban hasta la extenuación o que la miraban de lejos con sanísima envidia. Para todos tenía palabras de consuelo. Debía ser terrible permanecer en la mediocridad de los días, se decía. Pero sus intranquilidades no iban demasiado lejos, porque sabía que, al fin y al cabo, la historia siempre se olvida de los otros y nunca de los que eran como ella.

'The a team', de Ed Sheeran