miércoles, 26 de noviembre de 2014

El lugar donde ir a parar

Le dio por jugar al ‘si fuera’ sin saber que quien con fuego se entretiene, termina quemándose. Esta es una certeza incuestionable igual que lo es que perro no come nunca carne de perro. Se imaginó ganador de la lotería o cantando en el Radio City Music Hall. También paseó por Valparaíso y comió churrasco en los Andes. Después se pensó como un gran profesional y logró dar conferencias en un college del medio oeste americano. Se dibujó con alas viajando a los verdes prados irlandeses, no sin antes regresar a Bilbao. Siempre, daba igual lo que fuera, terminaba descansando frente a una playa, oliendo la sal y mirando al sol. Pero al terminar de jugar volvió a abrir los ojos y se vio entre aquellas cuatro tristes paredes amarillentas de siempre. Su cómoda atiborrada de papeles inservibles y la silla cubierta por una montaña de ropa, que esperaba paciente a ser lavada. Los espejos, cubiertos de polvo, le escupían que ya no era el que siempre sonreía. Había pasado quizá demasiado tiempo. Aquel recuerdo, el de la felicidad, le quedaba demasiado lejano y ya no sabía si alguna vez fue cierto o sólo una ensoñación de su mala cabeza. Y si fuera feliz, hizo un último intento. Si fuera feliz, no me detendría nunca porque siempre tendría un lugar al que ir a parar...

'Ay pena, penita, pena', de Marlango 

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