domingo, 9 de octubre de 2016

Patente de corso

Alguien le dijo alguna vez que tenía gracia, que sus ocurrencias eran muy divertidas, que el mundo se estaba perdiendo una perla única del humor. Alguien se lo dijo una vez. Desde aquel instante dejó de filtrar, todo lo que se le venía a la cabeza lo soltaba esperando que su público le agradeciese su infinita bondad al compartir su ingenio. Con la llegada del nuevo mundo, el de las redes sociales y el mundo 3.0 su frenética actividad se acentúo, se multiplicó por tres, también su audiencia. Alguien le dijo una vez que tenía gracia y él se lo creyó a pies juntillas. A partir de aquel instante todos tuvieron que sufrir sus exabruptos, su poca gracia, sus faltas de respeto, pero sobre todo, sus juicios tontos y faltos de juicio. Cuatro le jaleaban, le reían las gracias, igual que hacían en el siglo pasado con los monos en los zoos o con las mujeres barbudas en los circos. Habían creado un monstruo, falto de sentimientos, incapaz de sentir empatía, voraz en su desprecio por el otro y sin capacidad de autocrítica. No era consciente de que esa gracia a la que aludían no era ironía o humor del bueno, solo bajezas impropias de seres civilizados. Su ego se reafirmaba: Tengo millones de visitas en youtube y amigos en facebook, como si eso fuera patente de corso.

Vaffanculo, de Marco Masini

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