domingo, 9 de marzo de 2025

Casa en ruinas

Algo no va bien. No, no lo va. Lo sé. Todos queremos que nos quieran. Todos. El problema está en cuando del querer se pasa al necesitar. Y se te abre en canal el estómago que borbotea desilusión, tristeza. Hoy lo necesito… Tanto tiempo esperando no sé muy bien qué. Y no llega. Nunca llega lo mío. ¿Dónde ha ido el tiempo? ¿En qué lo he gastado? Esperando a tener suficiente, al golpe de suerte, a que todo fuera a mejor. Me puse a ver las fotos viejas. ¿Viejas o antiguas, cómo se dice? Las que están en el álbum negro, en el estante de abajo. Y hay tanto dolor… Tantas cosas que ya no están. Como si me hubiera ido y ya no hay lugar al que regresar. No. No lo hay, se ha desvanecido en el aire. Se me ha esfumado. Las canas en la sien están como enfadadas. A veces siento el oído derecho, como si estuviese avisándome de que pronto habrá tormenta. El vientre está flojo, la flexibilidad no existe y los pies se me hinchan. El alma es como una casa en ruinas, con habitaciones desvencijadas y paredes a punto de caer. Algo no va bien. No, no lo va.

Nana triste, de Natalia Lacunza y Guitarricadelafuente

sábado, 8 de marzo de 2025

Fotos de la clavícula

Si hace un rato todo iba bien, por qué este dolor en los hombros ahora, que casi no me deja respirar. Pensé que estaba todo resuelto, que todo podría ser, que por fin me había salvado. Fue un buen rato, poco antes de irme a la cama. Fuera llovía, un ligero sereno. Hacía un poco de frío, pero llevaba los calcetines del arcoíris. Esos que abrigan de verdad. Luego me los quité, ya debajo de las sábanas. Pensé en la última entrevista y en algún nubarrón más. Al despertar, continuaba todo mojado. Seguía serenando. Me puse a leer, esperando que fueran horas de desayunar. Las infusiones del fin de semana, con miel y limón, son lo mejor de estos días. Abro la persiana y todo sigue igual. La lavadora da vueltas, quince minutos sin parar. El agua hierve en uno de los fuegos, en el que funciona. Todo sigue revuelto. Se me ha olvidado lavar los vasos y las cucharas de la cena. ¿Por qué este despiste, este agotamiento supremo? Y no sé qué hacer ahora. La ropa está mojada y el tendedero más destartalado que nunca. Anoté comprar uno, antes del saqueo médico. No sé cómo voy a llegar a fin de mes. No sé, de verdad, que no sé. Y vuelvo a la ventana. Ya no me importa que los cristales estén sucios. Todo sigue igual, hay un charco enfrente. Justo donde beben las palomas, aunque con el frío han desaparecido. Solo quedan las cintas para espantarlas que han colgado los vecinos sin ningún éxito. Toca esperar a que salga un poco el sol. Ayer el móvil decía que terminaría de llover a mediodía, pero ahora pone que a las cuatro o las seis. Y todo parece una broma, una jugarreta del destino. No, no es lo mismo que todo acabe a las doce o a las seis. No es lo mismo… Y pienso que no voy a poder salir. Que me voy a tener que quedar aquí encerrado, un día más, y vuelve el dolor de hombros. Justo en los huecos que se me forman entre los hombros y el cuello. Estaría sacándome fotos de la clavícula todo el día. Lo estaría haciendo, pero nunca lo hago. Y solo quiero dejarme dormir. Que los días pasen. Que dejen de sonar las canciones alegres. Y me pongo a escribir para tratar de aliviar esta tristeza, que empieza a ser crónica, y que a veces me nubla la vista. Me acuerdo de todas esas cosas que no han llegado, de lo que ideé y de lo que al final ha sido. Esas palabras que llevo atragantadas y que en las mañanas pares no me dejan continuar. Esos pequeños golpes, que me han ido debilitando, que no me han dejado avanzar. En esas excusas que han sido razones para seguir perdiendo. Y parece que sale una pizca de sol. En las montañas se ve un arcoíris casi completo. Y los ojos se me aguan como si estuviera leyendo a Lana Corujo. Y me dejo ir, me abandono al recuerdo de mis pesadillas. A esos sueños que no acaban bien. Y los dolores avanzan hacia las rodillas. Debería comenzar a correr, pero llueve. Un sereno. Y no puedo más. Quiero que esto termine.

 

Se me va, de Elefantes.

martes, 4 de marzo de 2025

No cabríamos en el sillón

Esa nariz tan perfecta. Ese pecho. Los músculos dibujados bajo tu piel… ¿Te fijarías en mí? Tus ojos azules, cielo claro. Nítidos. Llenos de silencios. ¿Y qué tengo yo para darte? Recuerdos de todo lo que no fue. ¿Qué haría yo con un chico como tú? Tan de silencios, tan de ojos claros. No lo sé. Hubo un tiempo en el que tuve ganas de estar vivo. Pero pasó, todo pasa.

No cabríamos en el sillón. Es todo tan estrecho, tan asfixiante. Lo peor son los silencios. Abrir la puerta y no encontrar a nadie al otro lado. Ninguno de los vecinos me dice nada, solo Nancy, pero ella todos los fines de semana viaja a Montevideo.

En las verbenas siempre deseo que me folles, aunque no tengas cara. Sin saber quién eres y sin estar a mi alcance. El desconocido que está por venir.

Que la gente te quiera no impide que estés triste. Les ves cerca, siendo simpáticos, amables. Gesticulando empatías. Les ves tan cerca que es como si fuesen siempre, pero no. Luego regresas a casa y te desinflas. Solo. Vuelves a lo que es, tras varias horas creyéndote que aquello era algo real, que esa felicidad era de verdad. Y quizá lo fuera, pero insuficiente. Para que el globo nos sobrevuele necesita más aire caliente y que no se agote nunca. Aunque tome cafés, lea libros, aunque baile borracha, aunque pase todo eso, me sé triste. Aguanto la respiración hasta que pase y, al llegar, todo se desvanece. Los poemas no son suficientes, tampoco los planes de ir a Madrid en mayo, ni las risas traviesas en mitad de la verbena… Las apps no son para mí. Intentarlo con gente de la que apenas sabes nada, para que todo termine en silencio. Tener que pasar las pruebas, las yincanas, frente a examinadores que no saben nada de ti, a los que no les importas. Que nunca te escogerían. Que nunca te escogen, a pesar de que tú chillas, saltas, brincas, haces todo lo que te han dicho que tienes que hacer para que se fijen en ti. Para que te elijan. Pero no lo hacen, nunca lo hacen… Los paralelos nunca se acarician. A veces hasta te desprecian…

¿Cuánto tiempo hacía que no llovía cinco días seguidos? Desde dónde habrá viajado esta fatiga constante, este dolor de espalda que me apaga a diario. A veces me cuesta andar, no soporto las plantas de los pies y es como si las piernas ya no quisieran ponerse al teléfono. Despierto cansado, sin apenas dormir. Todo es cuesta arriba. Solo deseo que sean las siete para comenzar con el ritual de ir a la cama. A veces pienso que he hecho todo lo que tenía que hacer. He seguido los pasos del manual, todos, sin saltarme ni uno. Ha pasado demasiado tiempo y la felicidad no ha aparecido. Al final del libro venía escrito en cursiva y subrayado que tanto tiempo después yo ya debería estar feliz. Tal vez sea anemia, o que tengo las defensas bajas. ¿Cuántas veces habré susurrado la palabra hacer? Esa palabra que me reconoce la culpa mía, la responsabilidad mía, porque siempre hay una cosa más que hacer, un esfuerzo más. Que me abofetea que no he hecho lo suficiente aún.

Estabas de espaldas, muy pegado a mí. Y sentí vértigo. Si te hubieras girado en ese instante… Tan distintos, tan diferentes, luego todo se desvaneció.

Depresión moderada. Eso ponía al terminar el test con la advertencia de que no se trataba de un diagnóstico. ¿Y ahora? ¿Qué hago con esto que no me deja vivir? Ojalá supiera qué hacer. De verdad, ojalá supiera qué hacer con las penas.

Guitarricadelafuente Full time papi