Esa nariz
tan perfecta. Ese pecho. Los músculos dibujados bajo tu piel… ¿Te fijarías en
mí? Tus ojos azules, cielo claro. Nítidos. Llenos de silencios. ¿Y qué tengo yo
para darte? Recuerdos de todo lo que no fue. ¿Qué haría yo con un chico como
tú? Tan de silencios, tan de ojos claros. No lo sé. Hubo un tiempo en el que
tuve ganas de estar vivo. Pero pasó, todo pasa.
No cabríamos
en el sillón. Es todo tan estrecho, tan asfixiante. Lo peor son los silencios. Abrir
la puerta y no encontrar a nadie al otro lado. Ninguno de los vecinos me dice
nada, solo Nancy, pero ella todos los fines de semana viaja a Montevideo.
En las
verbenas siempre deseo que me folles, aunque no tengas cara. Sin saber quién
eres y sin estar a mi alcance. El desconocido que está por venir.
Que la
gente te quiera no impide que estés triste. Les ves cerca, siendo simpáticos,
amables. Gesticulando empatías. Les ves tan cerca que es como si fuesen
siempre, pero no. Luego regresas a casa y te desinflas. Solo. Vuelves a lo que
es, tras varias horas creyéndote que aquello era algo real, que esa felicidad
era de verdad. Y quizá lo fuera, pero insuficiente. Para que el globo nos
sobrevuele necesita más aire caliente y que no se agote nunca. Aunque tome
cafés, lea libros, aunque baile borracha, aunque pase todo eso, me sé triste. Aguanto
la respiración hasta que pase y, al llegar, todo se desvanece. Los poemas no
son suficientes, tampoco los planes de ir a Madrid en mayo, ni las risas
traviesas en mitad de la verbena… Las apps no son para mí. Intentarlo con gente
de la que apenas sabes nada, para que todo termine en silencio. Tener que pasar
las pruebas, las yincanas, frente a examinadores que no saben nada de ti, a los
que no les importas. Que nunca te escogerían. Que nunca te escogen, a pesar de
que tú chillas, saltas, brincas, haces todo lo que te han dicho que tienes que
hacer para que se fijen en ti. Para que te elijan. Pero no lo hacen, nunca lo
hacen… Los paralelos nunca se acarician. A veces hasta te desprecian…
¿Cuánto
tiempo hacía que no llovía cinco días seguidos? Desde dónde habrá viajado esta
fatiga constante, este dolor de espalda que me apaga a diario. A veces me
cuesta andar, no soporto las plantas de los pies y es como si las piernas ya no
quisieran ponerse al teléfono. Despierto cansado, sin apenas dormir. Todo es
cuesta arriba. Solo deseo que sean las siete para comenzar con el ritual de ir
a la cama. A veces pienso que he hecho todo lo que tenía que hacer. He seguido
los pasos del manual, todos, sin saltarme ni uno. Ha pasado demasiado tiempo y
la felicidad no ha aparecido. Al final del libro venía escrito en cursiva y
subrayado que tanto tiempo después yo ya debería estar feliz. Tal vez sea
anemia, o que tengo las defensas bajas. ¿Cuántas veces habré susurrado la
palabra hacer? Esa palabra que me reconoce la culpa mía, la responsabilidad
mía, porque siempre hay una cosa más que hacer, un esfuerzo más. Que me abofetea
que no he hecho lo suficiente aún.
Estabas
de espaldas, muy pegado a mí. Y sentí vértigo. Si te hubieras girado en ese instante…
Tan distintos, tan diferentes, luego todo se desvaneció.
Depresión moderada. Eso ponía al terminar el test con la advertencia de
que no se trataba de un diagnóstico. ¿Y ahora? ¿Qué hago con esto que no me
deja vivir? Ojalá supiera qué hacer. De verdad, ojalá supiera qué hacer con las
penas.
Guitarricadelafuente Full time papi