martes, 4 de marzo de 2025

No cabríamos en el sillón

Esa nariz tan perfecta. Ese pecho. Los músculos dibujados bajo tu piel… ¿Te fijarías en mí? Tus ojos azules, cielo claro. Nítidos. Llenos de silencios. ¿Y qué tengo yo para darte? Recuerdos de todo lo que no fue. ¿Qué haría yo con un chico como tú? Tan de silencios, tan de ojos claros. No lo sé. Hubo un tiempo en el que tuve ganas de estar vivo. Pero pasó, todo pasa.

No cabríamos en el sillón. Es todo tan estrecho, tan asfixiante. Lo peor son los silencios. Abrir la puerta y no encontrar a nadie al otro lado. Ninguno de los vecinos me dice nada, solo Nancy, pero ella todos los fines de semana viaja a Montevideo.

En las verbenas siempre deseo que me folles, aunque no tengas cara. Sin saber quién eres y sin estar a mi alcance. El desconocido que está por venir.

Que la gente te quiera no impide que estés triste. Les ves cerca, siendo simpáticos, amables. Gesticulando empatías. Les ves tan cerca que es como si fuesen siempre, pero no. Luego regresas a casa y te desinflas. Solo. Vuelves a lo que es, tras varias horas creyéndote que aquello era algo real, que esa felicidad era de verdad. Y quizá lo fuera, pero insuficiente. Para que el globo nos sobrevuele necesita más aire caliente y que no se agote nunca. Aunque tome cafés, lea libros, aunque baile borracha, aunque pase todo eso, me sé triste. Aguanto la respiración hasta que pase y, al llegar, todo se desvanece. Los poemas no son suficientes, tampoco los planes de ir a Madrid en mayo, ni las risas traviesas en mitad de la verbena… Las apps no son para mí. Intentarlo con gente de la que apenas sabes nada, para que todo termine en silencio. Tener que pasar las pruebas, las yincanas, frente a examinadores que no saben nada de ti, a los que no les importas. Que nunca te escogerían. Que nunca te escogen, a pesar de que tú chillas, saltas, brincas, haces todo lo que te han dicho que tienes que hacer para que se fijen en ti. Para que te elijan. Pero no lo hacen, nunca lo hacen… Los paralelos nunca se acarician. A veces hasta te desprecian…

¿Cuánto tiempo hacía que no llovía cinco días seguidos? Desde dónde habrá viajado esta fatiga constante, este dolor de espalda que me apaga a diario. A veces me cuesta andar, no soporto las plantas de los pies y es como si las piernas ya no quisieran ponerse al teléfono. Despierto cansado, sin apenas dormir. Todo es cuesta arriba. Solo deseo que sean las siete para comenzar con el ritual de ir a la cama. A veces pienso que he hecho todo lo que tenía que hacer. He seguido los pasos del manual, todos, sin saltarme ni uno. Ha pasado demasiado tiempo y la felicidad no ha aparecido. Al final del libro venía escrito en cursiva y subrayado que tanto tiempo después yo ya debería estar feliz. Tal vez sea anemia, o que tengo las defensas bajas. ¿Cuántas veces habré susurrado la palabra hacer? Esa palabra que me reconoce la culpa mía, la responsabilidad mía, porque siempre hay una cosa más que hacer, un esfuerzo más. Que me abofetea que no he hecho lo suficiente aún.

Estabas de espaldas, muy pegado a mí. Y sentí vértigo. Si te hubieras girado en ese instante… Tan distintos, tan diferentes, luego todo se desvaneció.

Depresión moderada. Eso ponía al terminar el test con la advertencia de que no se trataba de un diagnóstico. ¿Y ahora? ¿Qué hago con esto que no me deja vivir? Ojalá supiera qué hacer. De verdad, ojalá supiera qué hacer con las penas.

Guitarricadelafuente Full time papi

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