viernes, 26 de agosto de 2016

Aparentando

Llegó una tarde de abril, quería conocer hasta el último rincón de la ciudad, probar sus espléndidos restaurantes, pasear por sus calles y alternar con sus gentes. Dado lo quería todo y todo lo hizo. Pronto lo colgó en sus redes sociales y compartió fotografías y sonidos, sin demasiado tino, a través de su teléfono de última generación. Quería que todos supieran dónde estaba, que todos conocieran hasta qué punto era capaz de pasarlo bien. Era feliz, todos debían estar al tanto. Pero no era oro todo lo que relucía. Dado llegó una tarde de abril agotado y con cara de pocos amigos; se fue directo a un restaurante del centro y engulló un poco de cada cosa, pero maldita la gracia que le hizo la cantidad que reflejaba la cuenta. Ahí comenzó a torcerse todo: todo era caro, las calles estaban vacías o llenas según el día, y hacía demasiado calor al mediodía y un frío gélido por las tardes. No le gustaba el polvo sobre los armarios, ni que el camión de la basura pasase todas las noches, salvo las de domingo. Estaba a disgusto, se prometió que no volvería jamás. Contó sin equivocarse los segundos para irse y cuando lo hizo, de regreso a casa, no paró de relatarles a todos sus innumerables aventuras en aquella maravillosa ciudad. Había que volver sin demora...

Tengo un trato, de Vetusta Morla.

Pd. Poco a poco se va el verano en el hemisferio norte...

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