No sé cuándo fue la primera vez
que te vi. Podrá hacer doce o trece años. Estás igual, apenas has cambiado
nada. Ibas despreocupado, alegre tarareando aquella canción que nunca dejaba de
cantar Manolito Gafotas: Por qué has pintao en tus ojeras, la flor de lirio
real. Por qué te has puesto de cera, ¡Ay campanera!, por qué será… En aquel
tiempo todo parecía mejor, el frío no impedía avanzar y nos quedaba todo el
futuro por delante. No es que fueras especialmente guapo, pero tu aire
distraído te hacía ganar puntos. El paso del tiempo siempre ha estado ahí. Encuentros
ocasionales, yendo tú a correr por el parque o conduciendo tu utilitario color
laurel. Nunca nos hemos vuelto a tropezar, pero la realidad nos ha mantenido
ahí… Y el pasado sábado te volví a encontrar. Desde lejos vi como viajabas con
tu pantalón corto y tus tenis impolutos. Bailabas, reías y, quizá, hasta
cantabas entre los brazos de otro. Como los coyotes ibas a por tu presa y,
cosas de la vida, cuando ya la tenías entre tus garras voló. Y aunque no me
iba, ni me venía, respiré aliviado. Después volviste con los tuyos como si nada
hubiera pasado, como si aquella derrota no hubiera importado, pero el tiempo
pasa y todo nos pasa factura. Cada vez más cara. Ahora nos toca otro tiempo, el
de esperar apoyados en la barra del bar porque la pista central es para la
carne fresca. Ahora les toca a ellos, nuestro tiempo quedó atrás...
Turn, turn, turn!, de The Byrds.