martes, 1 de noviembre de 2022

La vida escapada

Todo detenido. Si las noticias son buenas por qué esta opresión en el pecho, esta ansiedad por respirar, esta infelicidad... De arriba abajo, de izquierda a derecha, sin parar, así he estado los últimos quince días. Necesito, en primera persona del singular, pensar. Hacerlo con tranquilidad, con detenimiento. ¿Qué es lo que quiero? ¿Qué es lo que realmente me haría feliz? No lo sé. Toca escoger entre lo que está y lo que está me produce tanto desasosiego que no sé qué diantres hacer. Lo que hay es lo que llevo haciendo más de 16 años y, otras veces, me ha hecho profundamente feliz. Pero esta intranquilidad constante, me pesa. Comenzar cada día sabiendo que todo terminará, sin posibilidad de poner las luces largas. Ya sé que todo esto son frases inconexas, que quizá alguien sepa leer entrelíneas lo que realmente estoy escribiendo. En el fondo es como si estuviera en una prisión, incapaz de llorar. Incapaz de llorar. Toca respirar hondo y volver a arrancar, una vez más, pero en esta ocasión ya estoy cansado. ¿Cuándo se romperá la baraja? Estoy sin aliento. Sé que una vez que esté subido en ese barco, no habrá tiempo para pensar, tampoco de respirar, no habrá tiempo para nada. Solo para seguir remando hacia quizá la deriva absoluta. ¿Quién me compensará por las horas perdidas, por las palabras no dichas, por la vida escapada? ¿Quién? Solo tendré dinero. Ojalá tuviera otras respuestas. Y luego estás tú, luchando por sobrevivir. Qué pena tan grande que las cosas no nos hayan salido bien. Eso es lo que siento, una pena inmensa, que a veces se torna en rabia y otras es solo tristeza. Y con estas alforjas tengo que avanzar, tengo que caminar, renunciando a todo lo soñado, a todo lo deseado porque las cosas no me han salido bien. Necesito sangrar por la herida, necesito vomitarlo todo, recrearme en mis dolores. Quizá sea un desagradecido, tal vez sí lo sea. En la radio ya no suenan canciones bonitas. Busco en el dial de derecha a izquierda… Algunos viernes, al amanecer, siento que no debo quejarme, que siempre hay alguien que está peor. Me revuelvo ante esos pensamientos y, sin embargo, la culpa se impone. Nunca responsable, siempre culpable. Como si fuera bin Laden. Por eso escribo, para expiar mis pecados. Después se me afloja algo el pecho y puedo volver a respirar. Y eso, aunque nada haya cambiado, aunque todo siga siendo igual… 

Pd. Recen por mí.

No hay comentarios: