Se fue con viento fresco cuando más le apeteció y dejó en la estacada
a todos sus más allegados, a los que la querían. Era la estrella y no podía
permitirse según qué cosas. Al atisbar el primer problema, no se lo pensó
demasiado: Se puso aquellos zapatos de tacón que tan bien le quedaban y puso
sus bellos pies en polvorosa. Ahí os quedáis. Su despacho con el paso de los días fue cubriéndose de
una ligera capa de carcoma y las telas de arañas comenzaron a conquistarlo
todo. No volvería. Sus próximos la lloraban al verse tan desamparados. Su luz
dejó de guiarles desde aquella extraña mañana y se sentían, sin ella, severamente
perdidos. Ella, en cambio, volvió a lo suyo. No les echó de menos, ni miró hacia
atrás, ya que -a pesar de todo- en nada se parecía a la mujer de Lot.
jueves, 30 de octubre de 2014
miércoles, 22 de octubre de 2014
Triste tempestad
Sintió, aquella mañana de agosto, como el agua le alcanzaba el cuello.
La tormenta había comenzado poco antes y la tromba primero le arrastró al borde
del precipicio y luego, sin piedad, lo dejó en mitad de un descampado a donde
iban a parar todas las aguas de aquella triste tempestad. Después, como si nada
hubiera pasado, despertó. Sintió el sudor cálido en su abandonada nuca y miró presto a su
alrededor. No había nada, se convenció. Todo había pasado. O al menos, eso le parecía. Tras la catástrofe, sólo
calma y un cielo lleno de estrellas. Ahora la amenaza es otra, la calima.
lunes, 13 de octubre de 2014
Un traje nuevo
Y de repente, como sin esperarlo, alguien tocó la tecla adecuada y la
maquinaria comenzó a andar. El sol se tornó en un ser amistoso y las nubes, más
claras que de costumbre, comenzaron a bailar. Cada paso era una melodía
diferente y la gente comenzó a sonreír sin razón aparente. Algo estaba pasando.
En la tele ponían -otra vez- ese programa repetido en el que entrevistaban al
último soñador que quedaba en la ciudad y no cambió de canal. Charles lo había
visto mil veces, pero sólo hoy había escuchado lo que decía aquel valiente. Tantas
veces va el cántaro a la fuente, que se rompe. Y con lo añicos comenzó a
hacerse un traje nuevo de colores. Era el momento oportuno de continuar. Estaba
vivo, lo sabía, pero sólo ahora lo sentía. Extendió sus alas y echó a volar...
viernes, 10 de octubre de 2014
Periodismo de agencias
—A veces compro un periódico. —Y al observar mi mirada puntualizó—: Lo
leo y miro quién firma las noticias y nunca veo tu nombre.
Se lo había explicado un millón de veces.
—Trabajo para una agencia. Nadie firma las noticias. Nunca vas a
encontrar mi nombre en un periódico.
Movió la cabeza con un gesto despectivo como si no tuviera ninguna
gracia trabajar en algo así.
Apaches, de Miguel Sáez Carral
martes, 7 de octubre de 2014
Lo que la música dictaba
Se levantó con mal pie, pero lo hizo. A su alrededor había tantas
razones para desfallecer, para quedarse sentado en aquel sofá de escay para
siempre, que prefirió cerrar los ojos y seguir hacia adelante. Lo contrario
hubiera sido una muerte segura. Necesitaba sentir las olas rompiendo a sus pies
y zamparse una caja de galletas de chocolate. También que el sol no le
deslumbrase, más bien que sólo le acariciase, como hacen las madres en las
tardes de verano. Se lanzó a las calles, anduvo por las aceras y no se detuvo. Era
lo que la música que sonaba le dictaba, esa música que sólo aparece en los
mejores momentos y te abraza para llevarte a mejores momentos. Le hacía olvidar
cosas como que se había levantado con mal pie o que la nevera pronto se vaciaría... Y rezó
para que ell nunca dejase de acompañarle.
jueves, 2 de octubre de 2014
Ciegos de alegría
Fingía todo el día.
Como si nada pasase por sus adentros. Como si la vida fuera bien o como si los
quereres no variaran ciegos de alegría. Desde el principio hasta el final,
disimulaba. Aparentaba que las judías habían subido demasiado o que el brócoli
estaba una vez más por los suelos. Sólo leía diarios británicos y amanecía con
el Washington Post entre sus dedos. Representaba todos los papeles de su
comedia, que algunos días mutaba a revista musical. Pero al llegar cada noche,
la máscara se le caía y la vida no era tan bella como le decían las canciones
de amor. El maquillaje se le borraba poco a poco -despacio- pensando sólo en
ti. Las carnes también se le abrían y la fuerza se le desvanecía en el aire que
le rodeaba. Y, sin descanso, se acurrucaba deseando que de una vez todas las tormentas
amainaran.
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