Entré despistado, como casi siempre. Estaba pensando en las musarañas, que es algo que no sé muy bien qué es, pero que describe a la perfección el tema sobre el cual giraban mis ideas en aquel mediodía de marzo. Bueno, tal vez fue en febrero o en abril, pero lo importante no es cuando, sino como.
El caso es que entré y comencé a buscar por aquel dédalo complicado de pasillos famélicos que es el supermercado al que acudo religiosamente cada seis jornadas. Una vez se resolvió la tarea, tenía en mi poder todo cuanto producto deseé y pude atrapar entre mis manos, me dirigí a la caja cual vaca titubeante rumbo al matadero.
En este trayecto miré hacia la puerta. La claridad entraba descarada y el sol hacía de las suyas. Mis ojos débiles se enfuruñaron, la excesiva luz les molesta irremediablemente. Y cuando intentaron volver a abrirse al mundo se tropezaron con otros color de la canela.
Bajé la cabeza sin pensarlo. Fue un acto reflejo. En aquel mínimo instante todo careció de sentido, porque no importó nada. Dos miradas que se cruzan, y que sin decir nada, lo dicen todo. Sólo eso. Todo.
lunes, 23 de abril de 2007
En las musarañas
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