Anodino y hermoso como los ángeles. Igual de delicado que ellos y de belleza extrema. Casi como un milagro, de esos dulces y maravillosos. Hablaba despacio, como si cantase una nana. Una de esas que hacen dormir a los niños pequeños y soñar con mundos mejores a los grandes. Al final todo encaja, dijo.
La vida da sorpresas no siempre buenas y su ímpetu inicial se transformó en un cansancio pesado que lo alejó de mí. Al mismo tiempo, la tristeza iba invadiendo todos los surcos de mi piel y mi sonrisa iba menguando, como una luna enferma de dolor.
El ángel sonreía, pero no era a mí. Antes de que el alma se me terminara de desgarrar, preferí huir. Irme lejos. Tanto como mis pies pudiesen. Una retirada a tiempo es una victoria, dicen, pero la mía fue tan triste, que no me hubiera importado perder. Una vez más, porque no te olvides: yo siempre pierdo.
Ahora sólo tengo el recuerdo de algo que pudo ser... Es complicado tener nostalgia de algo que nunca sucedió, pero no imposible. Alto, más que yo. Tierno, más que yo. Solitario, más que yo. Callado, más que yo. Malo.
Después una canción. Te busqué de bajo de las piedras y no te encontré. En la mañana fría y en la noche te busqué. Hasta enloquecer. Pero tú llegaste a mi vida como una luz. Sanando las heridas de mi corazón. Haciéndome sentir vivo otra vez. Esa que me dijo que le gustaba, mientras la cantaba Juanes y Nelly Furtado. A mí también me gustaba, pero ahora me pone triste. Debo ser un tonto.
Como la noche y el día, como el blanco y el negro, como el rico y el pobre, como una tortuga y una rana. Simplemente diferentes. Tanto como puedas imaginar. Pero a pesar de los pesares creí que él podría salvarme. Sus manos entrelazadas con las mías me lo dijeron. Su piel también. Tal vez, sobre aquella moqueta roja había demasiadas mentiras y sólo un ingenuo.
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