Era Ann. Sí, me había convertido sin saber muy bien cómo en aquella chica increíble de Cosas que nunca te dije de Isabel Coixet. Estaba metido en aquel supermercado y no había chóped de cerdo. El mundo se me cayó encima. ¿Cómo es que no tenían el puto chóped de cerdo? Yo había ido allí sólo a comprar el máldito chóped de cerdo. Esa era una de las pocas cosas en esta vida que me hacían sentir un poco mejor.
Sólo tenemos de ternera, me dijo la tonta dependienta y me entraron unas ganas irrefrenables de llorar. No pude hacerlo.
Bueno, respondí sin fuerzas para seguir vivo.
Ann fue mucho más fuerte que yo en su día. Cuando fue a por su helado de chocolate favorito y no lo encontró en la tienda, ella no se conformó con otro parecido. No. Ella pataleó y lloró de verdad hasta que una clienta se le acercó para consolarla.
Ahora me siento extraño. La lucha que se libra en mi interior no me deja seguir adelante. Si al menos hubiesen tenido chóped de cerdo... Pero no, ahora sólo puedo aliviar mi alma con silencio. Estoy harto del ruido, ha habido demasiado en estos últimos meses. No me apetece aprovechar las oportunidades, sólo estar quieto, inmóvil, esperando...
¿Qué quieres que haga?
Estaba frente a ti. Mirándote y mis ojos eran distintos. Tu piel más morena y mi lengua deseaba recorrerte. Tu oreja derecha es tan divertida. Y tu pelo, tu barriga, tus dedos,... Mis ojos eran distintos porque no sé si debo quererte. No sé si me vas a dejar estar cerca de ti. Sentí que podía alejarme de ti, mientras mi boca abría puertas para poder volver a verte.
Raro. Muy raro. Así me siento. Como pegajoso y tu recuerdo se pasea tranquilo y retador por mis venas. Lástima que no pueda impedírselo. No había chóped de cerdo, sólo de ternerna. Es una pena.
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