lunes, 1 de septiembre de 2008

Una crema de verduras

El día termina con una crema de verduras. En mi vuelta a la normalidad me ha dado por imponerme nuevas formas de vivir y supongo que lo de comer de forma decente está entre ellas. La cosa comenzó regular, con nubes. Me había olvidado de que a las ocho de la mañana hay gente en la calle, hace frío y de que cuando me quedo solo pienso, luego existo. A solas, paseando pegado a las paredes de los edificios tontos de Santa Cruz, me asaltan las ideas tontas que creía olvidadas. Respiro hondo y avanzo. Buenos días, me dijo el kioskero y me fijé en quienes ocupan las terrazas de las cafeterías a las nueve, imbuidos en la cultura del café. Las noticias de la radio, el soniquete del teléfono y el folio en blanco me inquietaron. “Aún estoy fuera”, pensé a pesar de estar dentro de la oficina. Me dicen que necesito tres o cuatro días para adaptarme... Los minutos pasan rápido hasta que el reloj llega a las cuatro de la tarde. Las dos últimas horas fueron auténticas tortugas y al final salí tarde. Después la calle. Repleta de caras desconocidas, igual que la guagua. Me bajé dos paradas después. Ahora vivo en otro sitio y tengo que volver a empezar. Me escondo en mi portal. No me apetece nada y recibo un sms desde Marruecos, que no puedo leer entero por las tonterías de la tecnología, pero eso da igual porque lo importante es que estén cerca de ti con hechos y no con palabras que se lleva el viento y las esconde detrás de las nubes. Miro la tele y pienso otra vez en mi crema de verduras. Debería comérmela, sabe bien.

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