Estoy a punto de cumplir mi segundo día en el exilio. Casi 48 horas, desde la última vez que me tocó el hombro. Fue en una calle con árboles y había mucho ruido. Tenía prisa, como siempre. Lo peor no es el tiempo que hace, sino el que hará sin que se produzca de nuevo. Sin que me vuelva a tocar el hombro. Con suerte el fin de esta maldita condena debería ser el próximo 27 de mayo, aunque tal vez todo se prolongue mucho más tiempo… Si no es ese domingo, no quiero pensar cuándo será.
El caso es que estoy mejor de lo que pensaba. Vale que es lo único en que puedo pensar, pero esto ya lo sabía -que iba a suceder-, antes de que pasase por lo que el fallo del juez no me pilló por sorpresa. La sentencia llegó, pero lo que más triste me puso fue la confirmación, que me comunicaron por teléfono. Maldito aparato, pensé y seguí a lo mío, atontando por el calor.
Ahora sólo me queda seguir imaginando conversaciones en las que digo lo que quiero y me responden lo que deseo… Y, claro, también en lo bonito que es el mundo de las coincidencias.
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