A veces soy una maleta. De esas que da vueltas y vueltas en una cinta transportadora de un aeropuerto cualquiera. Así me siento. Giro y giro y nadie me saca de ese tedioso destino. Al principio no me importa demasiado porque paseo con otras maletas, y alguna que otra caja amarrada con una sofisticada soga, pero cuando todas se van yendo y me voy quedando solo todo cambia.
Ahí es cuando comienzo a no sentirme bien. Todos tienen un lugar a donde ir. Tal vez sea porque sigo condenado. Esta pena se está prolongando demasiado en el tiempo y la desazón cada vez es mayor. Tengo miedo de que esto se perpetúe. Que se haga perenne.
Una de cal y otra de arena. ¿Qué es lo bueno, la cal o la arena? Nunca lo he sabido muy bien. El caso es que nunca hay suficiente, de lo bueno, claro. Tal vez mañana. Eso deseo. Lo único que espero es que no le den al interruptor y que la cinta que me lleva en este constante girar no se pare para siempre.
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