Ha vuelto. Estaba pululando por la calle Marqués de Celada. Lo he visto. Lo hacía despacio, sin rumbo fijo, cómo sólo lo saben hacer los perros vagabundos. Así se sentía, con ganas de que alguien le lanzase un trozo pequeño de pan, pero nadie lo hizo. Despistado, y quizá hasta un poco atolondrado por el frío. En La Laguna siempre hace frío. Seguía avanzando si saber muy bien adonde ir a parar y soñaba con la caricia de su amo. Con sus ojos suplicaba una pequeña atención, la más mínima. Una palabra, un gesto amable. Lo que fuera. También quería dejar de sentirse así, como un perro amor. Pero sabía que no era de nadie, que todos habían pasado de largo y que ninguno quiso quedarse a su vera. Por eso ahora vagabundeaba suplicando migajas, al tiempo que se rebelaba desde lo más profundo de su fuero interno. Su destino no podía ser este, se negaba. Al final, ojos de los que apunto están de brotar todas las lágrimas. No. Tal vez, mañana.
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