domingo, 24 de octubre de 2010

Si no dices una cosa

Si no dices una cosa, es como si no existiera. Si no la cuentas en voz alta, si no la piensas, ni la respiras. Yo creía que esto era así. Una verdad suprema. Pero me equivocaba y tal vez me di cuenta demasiado tarde. No sé cuándo fue la primera vez que me fijé en un chico. No sé. Borré ese recuerdo como muchos otros. Opté por hacerme invisible. Por esconderme. Me inventé otro mundo. En silencio. Escribía a todas horas, sentado en mi escritorio, mientras viajaba lejos. Me imaginaba cantando canciones bonitas en el Radio City Music Hall o transmitiendo para televisión la inauguración de los Juegos Olímpicos de Barcelona. En agosto elegía mi canción del verano y en navidad huía de las tormentas de nieve. Así día tras día. También fui construyendo un muro de hormigón para que no se escapase ningún sentimiento. Con el tiempo, la gente dejó de preguntarme si tenía novia, si quería salir a divertirme,… Me había olvidado de cómo se abría la puerta para salir fuera de mi casa. Por el camino también me olvidé de mí. De lo que yo quería, de vivir. Me disfracé de buen hijo, de buen estudiante y de mejor persona. Todo era poco para que la verdad no saliese a la luz. Estaba enterrada. Pero no era suficiente, porque esa verdad estaba ahí, en mí, y no se iba a ir nunca. Aunque a mí no me gustase. Aceptarla no fue algo sencillo. Se me atragantaba. Alguna vez lloré, cuando en un paso de peatón un chico que me miraba con cierto desprecio me susurró: maricón; o cuando mis amigos en la plaza no querían que jugase con ellos al fútbol. No entendía tanta violencia. También quise borrar los días tristes, pero eso no evitó que los hubiera. Sin darme cuenta renuncié a ser feliz. Seguí andando, viendo cómo pasaban los días sin que nada me pasara a mí. Y tanto tiempo pasé en un mundo de mentira, inventado, que no supe qué diablos era lo que me pasaba cuando se me aceleraba el corazón cada vez que un ángel se sentaba a mi lado en la universidad. Fueron semanas confusas, me costaba dormir y casi que no probaba bocado. Un día me armé de valor y le conté lo que me pasaba. Ahí fue donde aprendí a fuego que no siempre el amor es correspondido y tal vez ese dolor fue más doloroso que todos los que me había evitado hundiendo mi cabeza en un agujero cual avestruz. Estuve perdido meses, muerto en vida. Enamorado en silencio de un hombre que no me quería. Viendo como el sol salía cada día y no podía decir que yo estaba triste. Inmensamente triste. Con ganas de llorar. Y ahí fue donde supe que aunque no hablase de lo que me pasaba la pena estaba ahí. Por eso tuve que descubrirme, aprenderme, redescubrirme. Deshacer el camino andado. Volver al principio y recordar cómo me llamo. A partir de ese instante logré mirar al cielo, oler las flores y sentir cómo las olas rompen en la orilla. Sigo sin entender a algunas personas, pero lo cierto es que hoy es sin lugar a dudas mejor que ayer. Estoy vivo y soy capaz de sentir cosas buenas.

http://www.youtube.com/watch?v=PQC8d0NgqLE

Pdt. Luz Casal y 'Un año de amor'.

1 comentario:

Ce Castro dijo...

Hoy no ha sido fácil.