Fue un miércoles. Entré como a las nueve de la mañana. No recuerdo estar especialmente nervioso. Fue un día más o menos normal, pero de eso hace ahora unos tres años. Han pasado muchas cosas, quizá demasiadas. Hoy, en mitad de un partido de España, salí y no pasó nada. No se acabó el mundo, ni se escucharon fuegos artificiales.
Tuve que respirar hondo cuando la puerta de metal se cerró tras de mí. El ruido se quedó allí dentro, creo que Gasol había hecho algo extraordinario, pero yo ya no estaba en aquel lugar. Estaba fuera. Lejos. Ahora sigo caminando.
Un punto y seguido. Ellos –no todos- van y vienen, pero siempre permanecen. Los otros desaparecerán irremediablemente. En medio, yo. Equilibrándolo todo. Risas y lágrimas, sueños y pesadillas. De todo un poco y más. Pero al final ha estado bien.
Por cierto, este último día tuvo sonidos… Primero escuché “Esa no soy yo” de Mari Trini y acabé la mañana escuchando “Déjame llorar”, de Ricardo Montaner y algo de Massiel. Cosas de chicos como yo, supongo.
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