Me dejé el champú. No sé donde diablos tengo la cabeza. Estoy, pero no estoy en ningún sitio. Eso pasó por la mañana. Se quedó solo en una bañera amable. Otros serán quienes te usen, te gasten a partir de ahora. Adiós, guapo. Tuve que comprarme otro, uno que huele a mandarinas. Es alegre. Mucho.
Antes de eso, me habías dicho muchas cosas. Y pude, por fin, tocarte los hombros. Estabas tan cerca de mí, que creí que eras de verdad. Pensé que todo podría ser distinto. Conseguiste más de lo que muchos otros, aunque nunca lo sepas. Estuve a punto de llorar. Después, tuve que agarrarme a una pared extraña para no caerme a ese precipicio que tus palabras habían creado entre nosotros.
No sé. No sé, te dije una y mil veces. También te susurré otras cosas, pero ya no sé lo que quiero. Ya no. Esa es la verdad.
Al final, cuando iba desde tu hotel hasta mi cama, estaba solo. Al lado de mi taxi pasó un coche a toda velocidad. Huía de otros dos, que eran de la policía. Era oscuro, pero los otros no. Se perdieron pronto al trasponer la curva. Iba demasiado rápido. Igual que tú, por mucho que acelere esta persecución parece no tener fin nunca.
No sé. No sé, te dije una y mil veces. También te susurré otras cosas, pero ya no sé lo que quiero. Ya no. Esa es la verdad. Y también que estoy más o menos.
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